Filosofía - Textos

 Relación de textos incluidos

Fernando Savater:  Las preguntas de la vida (Introducción: El porqué de la filosofía)
La enseñanza y los escépticos (por Rafael Días Novillo)
Apuesta por la razón (Editorial nº 1 de la revista “El Escéptico”)
Manifiesto: ¿Por qué somos escépticos? (por Mario Bohoslavsky)
De la superstición (por Alfonso Fernández Tresguerres)
Los secretos de la ouija ja já  (por Mauricio-José Schwarz)
Lo Inexplicable y el pensamiento mágico (por Juan Carlos Cisneros)
Reflexiones de un astrónomo sobre la astrología (por Ismael Pérez Fernández)





EL PORQUÉ DE LA FILOSOFÍA

Fernando Savater:  Las preguntas de la vida (Introducción)
¿Tiene sentido empeñarse hoy, a finales del siglo XX o comienzos del XXI, en mantener la filosofía como una asignatura más del bachillerato? ¿Se trata de una mera supervivencia del pasado, que los conservadores ensalzan por su prestigio tradicional pero que los progresistas y las personas prácticas deben mirar con justificada impaciencia? ¿Pueden los jóvenes, adolescentes más bien, niños incluso, sacar algo en limpio de lo que a su edad debe resultarles un galimatías? ¿No se limitarán en el mejor de los casos a memorizar unas cuantas fórmulas pedantes que luego repetirán como papagayos? Quizá la filosofía interese a unos pocos, a los que tienen vocación filosófica, si es que tal cosa aún existe, pero ésos ya tendrán en cualquier caso tiempo de descubrirla más adelante. Entonces, ¿por qué imponérsela a todos en la educación secundaria? ¿No es una pérdida de tiempo caprichosa y reaccionaria, dado lo sobrecargado de los programas actuales de bachillerato?
Lo curioso es que los primeros adversarios de la filosofía le reprochaban precisamente ser «cosa de niños», adecuada como pasatiempo formativo en los primeros años pero impropia de adultos hechos y derechos. Por ejemplo, Cálleles, que pretende rebatir la opinión de Sócrates de que «es mejor padecer una injusticia que causarla». Según Calicles, lo verdaderamente justo, digan lo que quieran las leyes, es que los más fuertes se impongan a los débiles, los que valen más a los que valen menos y los capaces a los incapaces. La ley dirá que es peor cometer una injusticia que sufrirla pero lo natural es considerar peor sufrirla que cometerla. Lo demás son tiquismiquis filosóficos, para los que guarda el ya adulto Cálleles todo su desprecio: «La filosofía es ciertamente, amigo Sócrates, una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años juveniles, pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los hombres2». Cálleles no ve nada de malo aparentemente en enseñar filosofía a los jóvenes aunque considera el vicio de filosofar un pecado ruinoso cuando ya se ha crecido. Digo «aparentemente» porque no podemos olvidar que Sócrates fue condenado a beber la cicuta acusado de corromper a los jóvenes seduciéndoles con su pensamiento y su palabra. A fin de cuentas, si la filosofía desapareciese del todo, para chicos y grandes, el enérgico Cálleles -partidario de la razón del más fuerte- no se llevaría gran disgusto...
Si se quieren resumir todos los reproches contra la filosofía en cuatro palabras, bastan éstas: no sirve para nada. Los filósofos se empeñan en saber más que nadie de todo lo imaginable aunque en realidad no son más que charlatanes amigos de la vacua palabrería. Y entonces, ¿quién sabe de verdad lo que hay que saber sobre el mundo y la sociedad? Pues los científicos, los técnicos, los especialistas, los que son capaces de dar informaciones válidas sobre la realidad. En el fondo los filósofos se empeñan en hablar de lo que no saben: el propio Sócrates lo reconocía así, cuando dijo «sólo sé que no sé nada». Si no sabe nada, ¿para qué vamos a escucharle, seamos jóvenes o maduros? Lo que tenemos que hacer es aprender de los que saben, no de los que no saben. Sobre todo hoy en día, cuando las ciencias han adelantado tanto y ya sabemos cómo funcionan la mayoría de las cosas... y cómo hacer funcionar otras, inventadas por científicos aplicados.
Así pues, en la época actual, la de los grandes descubrimientos técnicos, en el mundo del microchip y del acelerador de partículas, en el reino de Internet y la televisión digital... ¿qué información podemos recibir de la filosofía? La única respuesta que nos resignaremos a dar es la que hubiera probablemente ofrecido el propio Sócrates: ninguna. Nos informan las ciencias de la naturaleza, los técnicos, los periódicos, algunos programas de televisión... pero no hay información «filosófica». Según señaló Ortega, antes citado, la filosofía es incompatible con las noticias y la información está hecha de noticias. Muy bien, pero ¿es información lo único que buscamos para entendernos mejor a nosotros mismos y lo que nos rodea? Supongamos que recibimos una noticia cualquiera, ésta por ejemplo: un número x de personas muere diariamente de hambre en todo el mundo. Y nosotros, recibida la información, preguntamos (o nos preguntamos) qué debemos pensar de tal suceso. Recabaremos opiniones, algunas de las cuales nos dirán que tales muertes se deben a desajustes en el ciclo macro-económico global, otras hablarán de la superpoblación del planeta, algunos clamarán contra el injusto reparto de los bienes entre posesores y desposeídos, o invocarán la voluntad de Dios, o la fatalidad del destino... Y no faltará alguna persona sencilla y cándida, nuestro portero o el quiosquero que nos vende la prensa, para comentar: «¡En qué mundo vivimos!». Entonces nosotros, como un eco pero cambiando la exclamación por la interrogación, nos preguntaremos: «Eso: ¿en qué mundo vivimos?».
No hay respuesta científica para esta última pregunta, porque evidentemente no nos conformaremos con respuestas como «vivimos en el planeta Tierra», «vivimos precisamente en un mundo en el que x personas mueren diariamente de hambre», ni siquiera con que se nos diga que «vivimos en un mundo muy injusto» o «un mundo maldito por Dios a causa de los pecados de los humanos» (¿por qué es injusto lo que pasa?, ¿en qué consiste la maldición divina y quién la certifica?, etc.). En una palabra, no queremos más información sobre lo que pasa sino saber qué significa la información que tenemos, cómo debemos interpretarla y relacionarla con otras informaciones anteriores o simultáneas, qué supone todo ello en la consideración general de la realidad en que vivimos, cómo podemos o debemos comportarnos en la situación así establecida. Éstas son precisamente las preguntas a las que atiende lo que vamos a llamar filosofía. Digamos que se dan tres niveles distintos de entendimiento:
a) la información, que nos presenta los hechos y los mecanismos primarios de lo que sucede;
b) el conocimiento, que reflexiona sobre la información recibida, jerarquiza su importancia significativa y busca principios generales para ordenarla;
c) la sabiduría, que vincula el conocimiento con las opciones vitales o valores que podemos elegir, intentando establecer cómo vivir mejor de acuerdo con lo que sabemos.
Creo que la ciencia se mueve entre el nivel a) y el b) de conocimiento, mientras que la filosofía opera entre el b) y el c). De modo que. no hay información propiamente filosófica, pero sí puede haber conocimiento filosófico y nos gustaría llegar a que hubiese también sabiduría filosófica. ¿Es posible lograr tal cosa? Sobre todo: ¿se puede enseñar tal cosa?
Busquemos otra perspectiva a partir de un nuevo ejemplo o, por decirlo con más exactitud, utilizando una metáfora. Imaginemos que nos situamos en el museo del Prado frente a uno de sus cuadros más célebres, El jardín de las delicias de Hieronymus Bosch, llamado El Bosco. ¿Qué formas de entendimiento podemos tener de esa obra maestra? Cabe en primer lugar que realicemos un análisis físico-químico de la textura del lienzo empleado por el pintor, de la composición de los diversos pigmentos que sobre él se extienden o incluso que utilicemos los rayos X para localizar rastros de otras imágenes o esbozos ocultos bajo la pintura principal. A fin de cuentas, el cuadro es un objeto material, una cosa entre las demás cosas que puede ser pesada, medida, analizada, desmenuzada, etc. Pero también es, sin duda, una superficie donde por medio de colores y formas se representan cierto número de figuras. De modo que para entender el cuadro también cabe realizar el inventario completo de todos los personajes y escenas que aparecen en él, sean personas, animales, engendros demoníacos, vegetales, cosas, etc., así como dejar constancia de su distribución en cada uno de los tres cuerpos del tríptico. Sin embargo, tantos muñecos y maravillas no son meramente gratuitos ni aparecieron un día porque sí sobre la superficie de la tela. Otra manera de entender la obra será dejar constancia de que su autor (al que los contemporáneos también se referían con el nombre de Jeroen Van Aeken) nació en 1450 y murió en 1516. Fue un destacado pintor de la escuela flamenca, cuyo estilo directo, rápido y de tonos delicados marca el final de la pintura medieval. Los temas que representa, sin embargo, pertenecen al mundo religioso y simbólico de la Edad Media, aunque interpretado con gran libertad subjetiva. Una labor paciente puede desentrañar -o intentar desentrañar- el contenido alegórico de muchas de sus imágenes según la iconografía de la época; el resto bien podría ser elucidado de acuerdo con la hermenéutica onírica del psicoanálisis de Freud. Por otra parte, El jardín de las delicias es una obra del período medio en la producción del artista, como Las tentaciones de san Antonio conservadas en el Museo de Lisboa, antes de que cambiase la escala de representación y la disposición de las figuras en sus cuadros posteriores, etc.
Aún podríamos imaginar otra vía para entender el cuadro, una perspectiva que no ignorase ni descartase ninguna de las anteriores pero que pretendiera abarcarlas juntamente en la medida de lo posible, aspirando a comprenderlo en su totalidad. Desde este punto de vista más ambicioso, El jardín de las delicias es un objeto material pero también un testimonio histórico, una lección mitológica, una sátira de las ambiciones humanas y una expresión plástica de la personalidad más recóndita de su autor. Sobre todo, es algo profundamente significativo que nos interpela personalmente a cada uno de quienes lo vemos tantos siglos después de que fuera pintado, que se refiere a cuanto sabemos, fantaseamos o deseamos de la realidad y que nos remite a las demás formas simbólicas o artísticas de habitar el mundo, a cuanto nos hace pensar, reír o cantar, a la condición vital que compartimos todos los humanos tanto vivos como muertos o aún no nacidos... Esta última perspectiva, que nos lleva desde lo que es el cuadro a lo que somos nosotros, y luego a lo que es la realidad toda para retornar de nuevo al cuadro mismo, será el ángulo de consideración que podemos llamar filosófico. Y, claro está, hay una perspectiva de entendimiento filosófico sobre cada cosa, no exclusivamente sobre las obras maestras de la pintura.
Volvamos otra vez a intentar precisar la diferencia esencial entre ciencia y filosofía. Lo primero que salta a la vista no es lo que las distingue sino lo que las asemeja: tanto la ciencia como la filosofía intentan contestar preguntas suscitadas por la realidad. De hecho, en sus orígenes, ciencia y filosofía estuvieron unidas y sólo a lo largo de los siglos la física, la química, la astronomía o la psicología se fueron independizando de su común matriz filosófica. En la actualidad, las ciencias pretenden explicar cómo están hechas las cosas y cómo funcionan, mientras que la filosofía se centra más bien en lo que significan para nosotros; la ciencia debe adoptar el punto de vista impersonal para hablar sobre todos los temas (¡incluso cuando estudia a las personas mismas!), mientras que la filosofía siempre permanece consciente de que el conocimiento tiene necesariamente un sujeto, un protagonista humano. La ciencia aspira a conocer lo que hay y lo que sucede; la filosofía se pone a reflexionar sobre cómo cuenta para nosotros lo que sabemos que sucede y lo que hay. La ciencia multiplica las perspectivas y las áreas de conocimiento, es decir fragmenta y especializa el saber; la filosofía se empeña en relacionarlo todo con todo lo demás, intentando enmarcar los saberes en un panorama teórico que sobrevuele la diversidad desde esa aventura unitaria que es pensar, o sea ser humanos. La ciencia desmonta las apariencias de lo real en elementos teóricos invisibles, ondulatorios o corpusculares, matematizables, en elementos abstractos inadvertidos; sin ignorar ni desdeñar ese análisis, la filosofía rescata la realidad humanamente vital de lo aparente, en la que transcurre la peripecia de nuestra existencia concreta (v. gr.: la ciencia nos revela que los árboles y las mesas están compuestos de electrones, neutrones, etc., pero la filosofía, sin minimizar esa revelación, nos devuelve a una realidad humana entre árboles y mesas). La ciencia busca saberes y no meras suposiciones; la filosofía quiere saber lo que supone para nosotros el conjunto de nuestros saberes... ¡y hasta si son verdaderos saberes o ignorancias disfrazadas! Porque la filosofía suele preguntarse principalmente sobre cuestiones que los científicos (y por supuesto la gente corriente) dan ya por supuestas o evidentes. Lo apunta bien Thomas Nagel, actualmente profesor de filosofía en una universidad de Nueva York:
«La principal ocupación de la filosofía es cuestionar y aclarar algunas ideas muy comunes que todos nosotros usamos cada día sin pensar sobre ellas. Un historiador puede preguntarse qué sucedió en tal momento del pasado, pero un filósofo preguntará: ¿qué es el tiempo? Un matemático puede investigar las relaciones entre los números pero un filósofo preguntará: ¿qué es un número? Un físico se preguntará de qué están hechos los átomos o qué explica la gravedad, pero un filósofo preguntará: ¿cómo podemos saber que hay algo fuera de nuestras mentes? Un psicólogo puede investigar cómo los niños aprenden un lenguaje, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una palabra significa algo? Cualquiera puede preguntarse si está mal colarse en el cine sin pagar, pero un filósofo preguntará: ¿por qué una acción es buena o mala?3».
En cualquier caso, tanto las ciencias como las filosofías contestan a preguntas suscitadas por lo real. Pero a tales preguntas las ciencias brindan soluciones., es decir, contestaciones que satisfacen de tal modo la cuestión planteada que la anulan y disuelven. Cuando una contestación científica funciona como tal ya no tiene sentido insistir en la pregunta, que deja de ser interesante (una vez establecido que la composición del agua es H2O deja de interesarnos seguir preguntando por la composición del agua y este conocimiento deroga automáticamente las otras soluciones propuestas por científicos anteriores, aunque abre la posibilidad de nuevos interrogantes). En cambio, la filosofía no brinda soluciones sino respuestas las cuales no anulan las preguntas pero nos permiten convivir racionalmente con ellas aunque sigamos planteándonoslas una y otra vez: por muchas respuestas filosóficas que conozcamos a la pregunta que inquiere sobre qué es la justicia o qué es el tiempo, nunca dejaremos de preguntarnos por el tiempo o la justicia ni descartaremos como ociosas o «superadas» las respuestas dadas a esas cuestiones por filósofos anteriores. Las respuestas filosóficas no solucionan las preguntas de lo real (aunque a veces algunos filósofos lo hayan creído así...) sino que más bien cultivan la pregunta, resaltan lo esencial de ese preguntar y nos ayudan a seguir preguntándonos, a preguntar cada vez mejor, a humanizarnos en la convivencia perpetua con la interrogación. Porque, ¿qué es el hombre sino el animal que pregunta y que seguirá preguntando más allá de cualquier respuesta imaginable?
Hay preguntas que admiten solución satisfactoria y tales preguntas son las que se hace la ciencia; otras creemos imposible que lleguen a ser nunca totalmente solucionadas y responderlas -siempre insatisfactoriamente - es el empeño de la filosofía. Históricamente ha sucedido que algunas preguntas empezaron siendo competencia de la filosofía -la naturaleza y movimiento de los astros, por ejemplo- y luego pasaron a recibir solución científica. En otros casos, cuestiones en apariencia científicamente solventadas volvieron después a ser tratadas desde nuevas perspectivas científicas, estimuladas por dudas filosóficas (el paso de la geometría euclidiana a las geometrías no euclidianas, por ejemplo). Deslindar qué preguntas pare-cen hoy pertenecer al primero y cuáles al segundo grupo es una de las tareas críticas más importantes de los filósofos... y de los científicos. Es probable que ciertos aspectos de las preguntas a las que hoy atiende la filosofía reciban mañana solución científica, y es seguro que las futuras soluciones científicas ayudarán decisivamente en el replanteamiento de las respuestas filosóficas venideras, así como no sería la primera vez que la tarea de los filósofos haya orientado o dado inspiración a algunos científicos. No tiene por qué haber oposición irreductible, ni mucho menos mutuo menosprecio, entre ciencia y filosofía, tal como creen los malos científicos y los malos filósofos. De lo único que podemos estar ciertos es que jamás ni la ciencia ni la filosofía carecerán de preguntas a las que intentar responder...
Pero hay otra diferencia importante entre ciencia y filosofía, que ya no se refiere a los resultados de ambas sino al modo de llegar hasta ellos. Un científico puede utilizar las soluciones halladas por científicos anteriores sin necesidad de recorrer por sí mismo todos los razonamientos, cálculos y experimentos que llevaron a descubrirlas; pero cuando alguien quiere filosofar no puede contentarse con aceptar las respuestas de otros filósofos o citar su autoridad como argumento incontrovertible: ninguna respuesta filosófica será válida para él si no vuelve a recorrer por sí mismo el camino trazado por sus antecesores o intenta otro nuevo apoyado en esas perspectivas ajenas que habrá debido considerar personalmente. En una palabra, el itinerario filosófico tiene que ser pensado individualmente por cada cual, aunque parta de una muy rica tradición in-telectual. Los logros de la ciencia están a disposición de quien quiera consultarlos, pero los de la filosofía sólo sirven a quien se decide a meditarlos por sí mismo.
Dicho de modo más radical, no sé si excesivamente radical: los avances científicos tienen como objetivo mejorar nuestro conocimiento colectivo de la realidad, mientras que filosofar ayuda a transformar y ampliar la visión personal del mundo de quien se dedica a esa tarea. Uno puede investigar científicamente por otro, pero no puede pensar filosóficamente por otro... aunque los grandes filósofos tanto nos hayan a todos ayudado a pensar. Quizá podríamos añadir que los descubrimientos de la ciencia hacen más fácil la tarea de los científicos posteriores, mientras que las aportaciones de los filósofos hacen cada vez más complejo (aunque también más rico) el empeño de quienes se ponen a pensar después que ellos. Por eso probablemente Kant observó que no se puede enseñar filosofía sino sólo a filosofar: porque no se trata de transmitir un saber ya concluido por otros que cualquiera puede aprenderse como quien se aprende las capitales de Europa, sino de un método, es decir un camino para el pensamiento, una forma de mirar y de argumentar.
«Sólo sé que no sé nada», comenta Sócrates, y se trata de una afirmación que hay que tomar -a partir de lo que Platón y Jenofonte contaron acerca de quien la profirió- de modo irónico, «Sólo sé que no sé nada» debe entenderse como: «No me satisfacen ninguno de los saberes de los que vosotros estáis tan contentos. Si saber consiste en eso, yo no debo saber nada porque veo objeciones y falta de fundamento en vuestras certezas. Pero por lo menos sé que no sé, es decir que encuentro argumentos para no fiarme de lo que comúnmente se llama saber. Quizá vosotros sepáis verdaderamente tantas cosas como parece y, si es así, deberíais ser capaces de responder mis preguntas y aclarar mis dudas. Examinemos juntos lo que suele llamarse saber y desechemos cuanto los supuestos expertos no puedan resguardar del vendaval de mis interrogaciones. No es lo mismo saber de veras que limitarse a repetir lo que comúnmente se tiene por sabido. Saber que no se sabe es preferible a considerar como sabido lo que no hemos pensado a fondo nosotros mismos. Una vida sin examen, es decir la vida de quien no sopesa las respuestas que se le ofrecen para las preguntas esenciales ni trata de responderlas personalmente, no merece la pena de vivirse». O sea que la filosofía, antes de proponer teorías que resuelvan nuestras perplejidades, debe quedarse perpleja. Antes de ofrecer las respuestas verdaderas, debe dejar claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen sino repetir errores ajenos. Aún más importante que establecer conocimientos es ser capaz de criticar lo que conocemos mal o no conocemos aunque creamos conocerlo: antes de saber por qué afirma lo que afirma, el filósofo debe saber al menos por qué duda de lo que afirman los demás o por qué no se decide a afirmar a su vez. Y esta función negativa, defensiva, crítica, ya tiene un valor en sí misma, aunque no vayamos más allá y aunque en el mundo de los que creen que saben el filósofo sea el único que acepta no saber pero conoce al menos su ignorancia.
¿Enseñar a filosofar aún, a finales del siglo XX, cuando todo el mundo parece que no quiere más que soluciones inmediatas y prefabricadas, cuando las preguntas que se aventuran hacia lo insoluble resultan tan incómodas? Planteemos de otro modo la cuestión: ¿acaso no es humanizar de forma plena la principal tarea de la educación?, ¿hay otra dimensión más propiamente humana, más necesariamente humana que la inquietud que desde hace siglos lleva a filosofar?, ¿puede la educación prescindir de ella y seguir siendo humanizadora en el sentido libre y antidogmático que necesita la sociedad democrática en la que queremos vivir?
De acuerdo, aceptemos que hay que intentar enseñar a los jóvenes filosofía o, mejor dicho, a filosofar. Pero ¿cómo llevar a cabo esa enseñanza, que no puede ser sino una invitación a que cada cual filosofe por sí mismo? Y ante todo: ¿por dónde empezar?





LA ENSEÑANZA Y LOS ESCÉPTICOS

(por Rafael Díaz Novillo)
 
Una de las etapas en las que los seres humanos parecen más proclives a aceptar planteamientos irracionales y acientíficos es durante el periodo que la psicología conoce como adolescencia(1), sin que con ello se pretenda sostener aquí que el hecho de ser un adolescente determina al individuo a la hora de su actitud ante lo paranormal. Hay que tener en cuenta tanto los escasos conocimientos científicos, como la profusión de publicaciones paranormales a ellos destinadas y la lógica rebeldía de los adolescentes que les lleva a buscar como señales de autoafirmación lo que pueda parecer distinto e incluso subversivo(2). La creencia en lo irracional suele formar parte, a veces incluso en individuos inteligentes, de una forma de diferenciación con respecto a otros compañeros, la familia y también sus profesores, en la ilusión de poseer unos conocimientos al margen de lo oficial, estamento en que se ha movido el individuo hasta este momento y del que intenta salir. Todo esto se combina con una frecuente actitud vanidosa que dificulta a menudo el debate de las ideas o de los conceptos creídos, ya que esto supone rebajarse y, en su estado de desarrollo mental y social, esto es inconcebible, máxime cuando el debate se produce en el seno de un aula, ante la mirada interesada del resto de compañeros. Del resultado de la confrontación dialéctica entre alumna o alumnas(3) y profesorado depende en mucho el prestigio o el status social en el entorno del grupo de amigos del alumno en cuestión.
A la hora de explicar en la medida de lo posible la situación ante la que profesores escépticos nos encontramos podríamos argumentar de modo ordenado en aras de la mayor comprensión lo que sigue.
1. De la actitud del alumnado
El alumnado carece del más mínimo o elemental conocimiento sobre la ciencia. No es que desconozca leyes, teorías y demás, sino que incluso ignora lo que es la ciencia y qué diferencia a lo científico de lo acientífico.
Por ello no es de extrañar que sean muy populares entre los alumnos pseudociencias tales como la astrología, ufología, parapsicología... Si les preguntas sobre sus conocimientos acerca de esas mismas materias manifiestan un general desconocimiento, siendo quizás lo más grave la circunstancia de que no sólo lo admiten sino de que se ufanan de ello. Si les comentas que la mayoría de sus creencias carecen de un fundamento científico mínimo suelen responder con aquello tan socorrido de que la ciencia no lo sabe todo(4).
No saben diferenciar entre fuentes serias y las que no lo son. Por lo general, toda noticia aparecida en las televisiones, revistas, y radios es creída sin apenas efectuar un análisis crítico de la misma.
Otro ejemplo muy extendido es el de los alumnos que presentan como demostración de la realidad de los fenómenos paranormales a la policía, ya que ¿por qué la policía utiliza a menudo los servicios de los videntes para esclarecer determinados casos? Sin comentarios.
La familia constituye también un buen difusor de las creencias en lo paranormal. Aunque suene a cuento infantil, no es insólito el caso de adolescentes que relatan determinadas historias familiares, a menudo no vividas por ellos mismos, sino narradas por otros parientes, que les hacen defender la existencia de fantasmas, espíritus, etc. La influencia que la familia ejerce en el individuo como factor decisivo de la socialización primaria a la hora de inculcar una serie de valores y creencias es innegable y casi se podría apuntar que decisiva.
Otro hecho muy frecuente es el de las prácticas espiritistas en torno a la popular ouija. Se puede afirmar que una buena parte del alumnado de enseñanza secundaria practica o ha practicado esta modalidad de lo para-normal. Una característica que suelen presentar estos individuos es que por lo general suelen ser católicos, y a menudo muy fervientes(5). Muchos de ellos afirman haber establecido contacto con espíritus e incluso haber visto fenómenos extraños(6) durante la realización de las sesiones de espiritismo.
2. De la actitud del profesorado
Desde el punto de vista escéptico no se puede sino criticar la postura que muchos de mis compañeros adoptan ante la evidencia del desconocimiento sobre la ciencia del alumnado. Quizás lo peor no es que ellos también crean en determinadas pseudociencias, sino que no se preocupan lo más mínimo de que sus alumnos conozcan realmente lo que diferencia el conocimiento científico del no científico. Esta disposición resulta aún más chocante si tenemos en cuenta que incluso profesores que debían estar más preocupados por el tema como los físicos, biólogos, etc. también suelen unirse al coro de los crédulos o de los indiferentes(7).
Que un profesor de Geografía e Historia, literatura, inglés, y demás humanidades presente esta actitud es, cuanto menos, normal, porque en principio el mismo carácter de ciencia de estas disciplinas es cuestionable; pero que los físicos caigan en lo mismo es de chiste, cuya gracia se incrementa cuando resulta que suele ser el autor del presente artículo, profesor de historia, el que tiene que batirse e) cobre ante el alumnado en las clases defendiendo lo científico y el que hace hincapié ante los físicos para que hablen aunque sólo sea alguna vez a sus alumnos de estos temas.
En los planteamientos de la actual reforma educativa (LOGSE) existen como unos de los objetivos generales, tanto de la ESO (Enseñanza Secundaría Obligatoria) como del nuevo Bachillerato, el conocimiento de los elementos fundamentales de la investigación y el método científico(8), así como el análisis crítico de las fuentes de información con el objeto de pasar de una interpretación parcial o excesivamente subjetiva de la realidad a otra mucho más global, rica y holística(9). Hay que hacer hincapié en que se da más importancia al aspecto del conocimiento de la metodología científica y el análisis de las fuentes de información que al propio conocimiento de los principios del conocimiento científico.
A priori al autor de estas líneas le parece positivo, como en general el espíritu (con perdón) que anima a la Reforma educativa. El problema se inicia cuando se pretende aplicar la misma a la realidad. La LOGSE es una Ley ideada por pedagogos generalmente alejados de la realidad de las aulas, y su aplicación es bastante compleja.
Ante ello, una preocupación del que esto suscribe estriba en dudar si se van a aplicar realmente los principios de la Reforma expuestos más arriba o por contra todo va a quedar en una mera declaración de intenciones meramente formal
3. De lo que se puede hacer
Lo cierto es que para el que esto escribe la situación es de todo menos aburrida. A priori se plantean, al menos, dos opciones: manifestarte ortodoxo en cuanto la defensa de la ciencia o sumarte a la indiferencia generalizada.
La primera de las alternativas, si bien puede parecer la más normal para un escéptico, no es demasiado aconsejable pues puedes granjearte la animadversión del alumnado y la antipatía del profesorado con el cual, a fin y al cabo, tienes que convivir durante todo el curso académico, siendo además de compañeros, amigos.
La segunda alternativa, a su vez, tampoco es aceptable, máxime cuando uno es socio de ARP (Alternativa Racional a las Pseudociencias), lo cual imprime carácter y proporciona un cierto pedigrí.
Ante ello se puede optar por una postura intermedia con el objeto de congeniar ambas alternativas sin buscarte excesivos problemas y sin faltar a una serie de principios personales.
Por mi parte sólo puedo mostrar la actitud, desconozco si certera o no, que voy adoptando:
En primer lugar el humor. No hay menos atractivo para un adolescente que alguien frío, rígido, que les hable en un lenguaje que ellos no comprenden, y, sobre todo, que les aburra. Ante ello hay que intentar reírse de los supuestos fenómenos paranormales que aduzcan, haciéndoles ver las contradicciones y la credulidad y falta de formación de los autores de las noticias, siempre de modo educado pero no exento de dureza para con determinadas fuentes.
En segundo lugar no intentar convencerles a toda costa de las posturas escépticas(10). Se trata más bien de presentar un discurso ordenado y coherente que parezca plausible al individuo y que le proporcione bibliografía adecuada sobre los temas ante los que mani-fieste interés.
En tercer lugar resignarse a no pasar inadvertido entre el alumnado. Para unos serás muy bueno o muy malo pero nunca uno más entre tantos. He de advertir que calificativos tales como materialista, ateo, egoísta etc., son de lo más frecuente, aunque también existe un reducido grupo de alumnos que se manifiesta en desacuerdo con ellos.
El resultado es, en general, positivo, pues si bien no faltan los sofocones(11) tampoco es raro que determinadas personas, tanto alumnos como profesores, te soliciten información añadida sobre estos temas.
4. Y una propuesta
Es en esta parte donde quizás sería positivo que toda la comunidad conformada alrededor de ARP, y especialmente aquéllos que cumplan funciones docentes, intercambiase experiencias, puntos de vista, opiniones y material con el fin de lograr en la medida de nuestras posibilidades presentar las opciones escépticas ante el alumnado, para que al menos escuche una opinión razonable y distinta ante la multitud de informaciones que recogen asuntos supuestamente fuera del control y del conocimiento de la ciencia. Un buen momento para hacer uso de este material o de las diferentes informaciones o colaboraciones es durante las ya habituales semanas culturales que casi todos los centros suelen organizar una vez durante el curso académico.
NOTAS
1.-Sobre estos temas véanse, entre otras, las obras de Coleman, J.C.: Psicología de la adolescencia; y Piaget, J., Inhelder, B.: Psicología del niño, publicadas en Madrid por Ediciones Morata en 1985
2.-Las famosas teorías de las conspiraciones tan frecuentemente expuestas por esos curiosos elementos pseudocientíficos como J.J. Benítez, suelen tener entre los adolescentes un público muy fácil.
3.-Hablo de alumnas y no de alumnos no por un criterio cualitativo, sino por uno cuantitativo. La proporción de mujeres en las aulas es, a veces, de 7 a 1. Al parecer hay que ir acostumbrándose a hablar en femenino. La polémica entre si hay que utilizar el masculino o el femenino, que incluso aquí ha provocado algún artículo, me parece estéril.
4.-Lo cual es una verdad a medias, ya que si bien la ciencia no lo sabe todo tampoco es menos cierto que sí sabe más que todos nosotros, o al menos sí más que unos alumnos e incluso sus profesores. Es un ejemplo más de lo que ya denominé en otro artículo la paranoia subjetivista (LAR número 33).
5.-A pesar de la condena eclesiástica hacia la práctica por parte de católicos de estas actividades, es muy conocido el caso omiso que los mismos hacen de esta condena.
6.-Lo que ellos denominan poltergeist. ¿A que no adivinan quién es uno de sus directores de cine preferidos?.
7.-Generalmente basándose en la tan traída y llevada mecánica cuántica.
8.-En concreto, la Ley Orgánica 1/1990 lo establece en su artículo 26 en relación al Bachillerato
9.-Bloque de contenidos procedimentales, en lo que se refiere al tratamiento de la información y la explicación multicausal (Real Decreto 1345/1991, por el que se establece el currículo de la ESO).
10.-Como suele decirse no pretendo que me creáis, sólo que me escuchéis.
11.-Por lo común con integristas religiosos de signo católico, defensores a ultranza de los cultos marianos o de los videntes en contacto con la divinidad.
 
 

 

Apuesta por la razón

 

Editorial nº 1 de la revista “El Escéptico”

 

Es posible adivinar el futuro? ¿Visitan la Tierra seres de otros planetas? ¿Convivió el ser humano con los dinosaurios? ¿Está próximo el fin del mundo? ¿Ha demostrado la NASA que Jesucristo resucitó? ¿Es peligroso viajar por el triángulo de las Bermudas? ¿Tiene Satanás debilidad por la España profunda? ¿Hay gente capaz de operar sin causar dolor ni cicatriz alguna? ¿Está el futuro escrito en las estrellas? ¿Existen las casas encantadas? ¿Se pueden doblar cucharas con el poder de la mente? ¿Es posible comunicarse con el mundo de los espíritus? ¿Dejó Dios escrito en la Biblia el pasado y el futuro de la humanidad? ¿Son las pirámides egipcias obra de seres venidos de otros mundos? ¿Se manifiestan los espíritus a través de la ouija?

Los quioscos están llenos de publicaciones que responden sí a todas estas preguntas y mantienen que vivimos en un mundo plagado de misterios, de enigmas fuera de toda lógica. En las librerías, los desvaríos de ufólogos, parapsicólogos, curanderos y todo tipo de mercachifles ocupan mayor superficie de exposición que las obras de divulgación científica. En la radio, los brujos han sustituido a Elena Francis y abunda un tipo particular de profesor, aquél que no ha dado una clase en su vida, pero es experto en ciencias ocultas. Y la televisión es, obviamente, el medio que mayor propaganda ha hecho a las sandeces propaladas desde hace años por un largo etcétera de profesionales de lo oculto. Ésta es la triste realidad, pero no hay por qué plegarse a ella.

Obviamente, es imposible demostrar la no existencia de la telepatía, el más allá, el monstruo del lago Ness, los platillos volantes, la cirugía psíquica o los viajes astrales; como es imposible demostrar la no existencia de los Reyes Magos, el ratoncito Pérez, Papá Noel, las hadas o el ángel de la guarda. El problema estriba en que, hasta el momento, nadie ha presentado evidencias que confirmen la existencia de alguno de los llamados fenómenos paranormales. Y, en ciencia, el peso de la prueba recae sobre aquél que propugna la realidad de algo. Aún así, una gran parte de la opinión pública está convencida de la autenticidad de unos hechos que tienen mucho menos fundamento que la esperada visita anual de Melchor, Gaspar y Baltasar.

En EL ESCÉPTICO, el lector encontrará radiografías de algunas de las creencias más comunes, disparatadas y peligrosas, así como pruebas de cargo contra los más renombrados charlatanes. El gigantesco negocio de lo paranormal se basa, y quien lo niegue es que no conoce los entresijos de ese mundillo, en el abuso sistemático de la buena fe del público. Es cierto que algunos estudiosos de lo oculto creen en lo que predican, pero no es menos verdad que la mayoría es consciente de que lo que dice y escribe es, simple y llanamente, mentira. La caza de charlatanes es, por consiguiente, una actividad ecológica, que pone en guardia a la sociedad frente a los vendedores de misterios prefabricados. Es preciso denunciar la falta de fundamento de los supuestos hechos paranormales para intentar sacar a los investigadores de su error, si creen en lo que dicen, o ponerles en evidencia ante la opinión pública, si son meros mercaderes de lo oculto; y para propiciar que si alguien investiga lo paranormal, lo haga siguiendo el método científico, el único mecanismo válido para aprehender la realidad de manera objetiva.

Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas también extraordinarias. Precisamente, lo que falta en la literatura esotérica, plagada de tesis sensacionales, pero en la que la evidencia brilla por su ausencia. Los cultivadores de lo oculto no han presentado todavía ninguna prueba que demuestre que sus afirmaciones son algo más que productos de mentes imaginativas o sujetos sin escrúpulos. El mundo de lo paranormal es un gigante con pies de barro que se escuda en el pretendido inmovilismo de la ciencia oficial para justificar su marginalidad. Los practicantes de la ufología, la parapsicología, la astrología y todas las logías disparatadas que a uno se le puedan ocurrir están convencidos de que los científicos jamás aceptarán sus pruebas porque eso supondría socavar los cimientos del saber contemporáneo. Se equivocan. Como se equivocan cuando acusan a los representantes de la llamada por ellos ciencia oficial -ciencia no hay más que una, y los adjetivos sobran- de practicar una perversa endogamia que les impide arremeter contra la falsa ciencia, y contra las argumentaciones de todo tipo basadas en auténticas falacias, con la misma fuerza con que lo hacen contra la pseudociencia. Los escépticos no negamos la posibilidad -improbable, cierto es- de que haya extraterrestres que nos visiten, vida después de la vida u otras cosas sorprendentes, pero no aceptamos las afirmaciones gratuitas. Los credos son credos, y nada más, mientras no se demuestre lo contrario. Y si alguien nos intenta vender gato por liebre, como hacen todos los meses las revistas esotéricas, estamos en nuestro derecho de denunciar tal fraude.

Pero no hay que engañarse, no hay que limitar el pensamiento crítico sólo a lo más evidentemente aberrante. De ahí que esta revista recoja el testigo de La Alternativa Racional con el objetivo de someter a análisis escéptico no sólo lo paranormal, sino todo conocimiento situado en el límite del saber científico y toda afirmación que se sustente en él, en la pseudociencia o en la falsa ciencia. Un campo muy amplio que abarca desde la ecología o la medicina hasta la ideología, hasta las doctrinas políticas que hacen un uso partidista y tergiversador de la historia, la arqueología o la antropología. Porque quienes predican la irracional superioridad de un grupo humano sobre otros son tan peligrosos como quienes siembran la desconfianza hacia la ciencia. Unos y otros abogan por la suspensión del espíritu crítico, por adocenar a la opinión pública. Exactamente, lo contrario que estas páginas.

Fomentar la reflexión y la duda

El movimiento escéptico español reclamaba desde hace tiempo una mayor amplitud de miras. Surgió, hace ya trece años, con el objetivo de plantar cara a quienes fomentan la superstición y la irracionalidad a través de las pseudociencias, y en la actualidad se ha afianzado como una fuente de información fiable y rigurosa, a la que los medios de comunicación recurren cada vez con mayor frecuencia cuando quieren contrastar la verosimilitud científica de algo extraordinario. Hoy en día, es habitual que miembros de ARP acudan a debates televisivos para poner los puntos sobre las íes, separar el grano de la paja y que no se engañe impunemente al público. Un logro que no se hubiera alcanzado sin el esfuerzo y la dedicación de conocidos escépticos que, en ocasiones, han sido objeto de campañas de descrédito orquestadas por los fabricantes de paradojas, campañas que han contado con la interesada complicidad de la prensa paranormal, donde se ha llegado a tildar a ARP de organización poco menos que afín a movimientos violentos o vinculada al Cesid. Todas estas memeces -hay que decir las cosas como son-, todos estos ataques lanzados desde las trincheras de lo irracional, demuestran la fuerza que en los últimos años han cobrado en España los escépticos organizados. Y, es más, nos indican que vamos por el buen camino: la denuncia del fraude sistemático en que incurren los mercaderes de lo oculto -preséntense como periodistas especializados, investigadores de laboratorios que nadie conoce o adivinos del más variado pelaje- es, y ha de seguir siendo, uno de los principales objetivos de ARP.

Todavía, sin embargo, hay mucho que hacer. Hay que acabar con las falacias a las que se agarran los charlatanes pseudocientíficos para defender su presencia en los medios de comunicación y para no ser objeto de chanzas, la principal de las cuales es argüir que todas las ideas son respetables y tienen el mismo derecho a ser defendidas. No, no es verdad. No todas las ideas son respetables. Las idioteces no son respetables; son idioteces. Y, a veces, peligrosas. Cuando un pseudoarqueólogo aventura que algunas razas humanas descienden de extraterrestres y otras no, está haciendo un nada sutil ejercicio de racismo, y el racismo no es respetable, y hay que denunciarlo. Al igual que, cuando el director de una revista de gran tirada indica a un enfermo de cáncer que ese tipo de patología "tiene un origen psicoemocional" y le aconseja ponerse en manos de un sujeto que practica las denominadas terapias regresivas, "estar rodeado de esferas -cuantas más, mejor- sin importar el material", o probar "con la gemoterapia, ya que los cristales de cuarzo son muy efectivos", hay que informar de tal barbaridad a las autoridades sanitarias. Y que -podíamos seguir, pero el espacio es limitado-, cuando un líder político manipula la historia o la biología para justificar la singularidad del grupo humano al que pertenece y entusiasmar así a su electorado, hay que alertar a la sociedad del peligro que tal actitud entraña: en la Alemania nazi, desembocó en el holocausto judío; en la antigua Yugoslavia, en la limpieza étnica, término cuya utilización es ya de por sí perversa.

La tarea que ARP - Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico encara en esta nueva etapa de su historia es, como puede verse, ingente. El pensamiento crítico tiene muchos flancos que cubrir, desde los puramente folclóricos hasta los más sutiles y potencialmente más peligrosos, y no ha de descuidar ninguno. Este amplio horizonte de actuación precisa de escépticos comprometidos que no duden en denunciar todo tipo de disparates y estén dispuestos a trabajar juntos para poner freno a la sinrazón y empujar a sus conciudadanos hacia la reflexión. Porque sólo una opinión pública con auténtica capacidad de discernimiento es capaz de elegir con libertad su devenir sin la necesidad de salvapatrias o guías espirituales. Para evitar que gran parte de la población caiga en las redes de los adalides de la sinrazón, es fundamental que la presencia de ARP en la Universidad española y en los medios de comunicación sea cada vez mayor. El principal activo de toda sociedad es la juventud y es vital apartarla de la droga de lo paranormal, de los traficantes de misterios: hay que presentar el conocimiento científico como algo más atractivo que las ficciones de los fabricantes de paradojas.

EL ESCÉPTICO nace con la vocación de convertirse en el medio de expresión de todos aquéllos que abogan en el mundo de habla hispana por el imperio de la razón, por el librepensamiento. Quiere ser una publicación rigurosa y divertida, con espacio para el análisis científico, el razonamiento filosófico y el humor. Y persigue un objetivo, compendio de todos los apuntados: fomentar la reflexión y la duda, porque sólo el pensamiento crítico hace ciudadanos realmente libres.






MANIFIESTO: ¿POR QUÉ SOMOS ESCÉPTICOS?

(por Mario Bohoslavsky)

El juego de la razón

Una de las reglas del hermoso juego de la Ciencia dice que la Razón no ha de aceptar algo como cierto sólo porque lo diga mucha gente, o porque lo diga gente muy importante, y que siempre hay que detenerse ante una afirmación cualquiera y dudar sobre si es o no cierta. Naturalmente, eso obliga a ir mucho más despacio, sopesando cada aparente verdad.

En griego, observador se dice skeptikós por lo cual, a la persona partidaria del análisis y la observación, se le llama también "escéptica".

Los enemigos de la Razón

Lo contrario del escepticismo es la credulidad, y consiste en aceptar como ciertas, con ligereza, las afirmaciones más extraordinarias sin analizar antes su consistencia, sólo por pereza intelectual, falta de preparación, respeto a la autoridad de ciertas personas u otras razones. En la etapa actual de la Humanidad la gran mayoría de las personas son bastante crédulas, sobre todo debido a su ignorancia y falta de entrenamiento en el método científico, y en las prácticas racionales en general; casi todas esas personas actúan de buena fe, es decir, por convicción y no por intereses espurios.

Los verdaderos enemigos de la razón no son, necesariamente, las personas crédulas, sino aquellas personas que se benefician personalmente de que los demás sean crédulos. Incluso algunos de estos embaucadores son, en su fuero interno, incrédulos, escépticos; pero promueven la credulidad ajena para obtener más dinero con sus libros, tener sus consultas llenas de personas con problemas, vender sus curas mágicas o cobrar por su participación en radio, televisión y prensa.

Los escépticos, que han luchado tenazmente a lo largo de los siglos para sostener el reinado de la Razón -algunos al precio de sus vidas, los más a costa de la burla ajena, el perjuicio económico, la soledad- ven con desesperación cómo, una y otra vez, gente poco escrupulosa negocia con la credulidad ajena. Bien es verdad que la Ciencia ha avanzado, y que la gente ya no cree en algunas viejas patrañas que otrora fueron aceptadas por casi todos, pero cada día nacen nuevas mentiras, tonterías que son aceptadas sin pensárselo dos veces. Y lo que es peor: los modernos charlatanes, sabedores de que la Razón es más fuerte que ninguna otra cosa en el Universo, se disfrazan a veces de científicos, visten sus patrañas de un lenguaje exterior que remeda los modales, el lenguaje científico. Pero eso no es Ciencia: es pseudociencia.

Una Alternativa Racional

Hay dos clases de escépticos: los pasivos y los activos. Los escépticos pasivos se limitan a sonreír socarronamente cuando ven cómo los crédulos tragan el anzuelo que les ofrecen los charlatanes. Con desdén por esas masas ignorantes, a veces poco instruidas y otras veces aquejadas de "ignorancia relativa" de todo lo que es ajeno a su especialidad o profesión, los escépticos pasivos se encogen de hombros y en todo caso se duelen de que "la gente sea tan tonta", pero consideran inútil enfrentarse con los charlatanes y embaucadores.

Otros escépticos, en cambio, se sienten horrorizados por la supervivencia de tantas tonterías de la Edad de Piedra en plena Era Atómica, y piensan que si no actúan en la medida de sus fuerzas, estarán colaborando con los ejércitos del oscurantismo. Creen, también, que la gente no es tonta, sino que está desinformada, y que alguien ha de desafiar a los profesionales de la mentira para que las personas crédulas tengan al menos la oportunidad de confrontar dos puntos de vista distintos, uno de ellos racional y el otro pseudocientífico. Estos son los escépticos activos, reunidos en las asociaciones escépticas de todo el mundo, y entre ellos se encuentran celebridades mundiales como los investigadores Martin Gardner o Carl Sagan, científicos famosos (incluso varios Premios Nóbel) y filósofos de reconocido prestigio internacional, como Mario Bunge (Premio Príncipe de Asturias) o Stephen Toulmin (biólogo y filósofo de la ciencia).

En España los escépticos activos nos reunimos alrededor de una asociación: ALTERNATIVA RACIONAL A LAS PSEUDOCIENCIAS (ARP), que edita trimestralmente una revista llamada La Alternativa Racional. La Asociación no cuenta con el dinero ni las personas suficientes para llevar a cabo una investigación sistemática, objetiva y científica de todos los supuestos hechos "sorprendentes" o "carentes de toda explicación posible", como suele decirse, ni puede salir al paso de todas las afirmaciones temerarias que se oyen cada día por radio y televisión, o que se publican en diarios, revistas y libros. Pero tampoco se limita a la labor documental y bibliográfica. En los puntos de España donde los socios de ARP son más numerosos y activos, se están poniendo en marcha nuevas investigaciones, a veces con resultados sorprendentemente exitosos. En el País Vasco, por poner sólo un ejemplo, ARP logró demostrar que el sonido proveniente de un supuesto platillo volante extraterrestre era en realidad el canto de un sapo, presentó una grabación en vivo del batracio, y hasta identificó la especie zoológica que había protagonizado el suceso. Como es natural y comprensible, los charlatanes y embaucadores profesionales tienen una pésima opinión de ARP y sus asociados...

¿Eres uno de los nuestros?

Algunos pocos miembros de ARP fueron escépticos toda su vida, pero la mayoría empezaron siendo bastante crédulos hasta que alguna cosa les hizo tener las primeras dudas. No creas que para acercarte a nosotros debes estar de acuerdo en todo: basta con que estés de acuerdo en que lo mejor, ante una afirmación extraordinaria, es sopesarla con cuidado antes de darla por cierta. Si piensas de este modo, quizás te convenga empezar por leer nuestra revista La Alternativa Racional donde encontrarás artículos de autores locales y otros traducidos de todas las revistas escépticas del mundo con las que mantenemos un fraternal intercambio. Si ya te sientes escéptico, y quieres acercarte de un modo más activo, puedes contactar con los delegados locales de ARP en tu comunidad autónoma. Ellos tendrán mucho gusto en conversar contigo personalmente y aclararte cualquier duda.

España, como todo el mundo occidental, está viviendo en esta época un cierto retroceso de la Razón, un avance de posiciones y creencias que no son acientíficas e irracionales, sino anticientíficas y antirracionales. Un avance del oscurantismo puede llegar a afectar el futuro de todos de un modo muy negativo: hace poco se reveló que el entonces presidente del país más poderoso de la Tierra tomaba sus decisiones previa consulta astrológica, como en la Babilonia de hace cincuenta siglos. Y también hoy, como en tiempos de la creencia generalizada en brujas y demonios, nos llegan aún noticias de crímenes cometidos por personas plenamente convencidas de que solucionan problemas a familiares "poseídos". No es esa la imagen que nosotros tenemos de un futuro deseable.

Muchos de nuestros centros locales son aún tan pequeños que no pueden afrontar tareas hacia afuera, y están dedicados solamente a crecer. Si hoy decides unirte a nosotros, quizás mañana podamos, juntos, desenmascarar una mentira. Pero sea hoy o mañana, piénsatelo. No podemos tirar dos millones de años de evolución a la basura.







De la superstición
(por Alfonso Fernández Tresguerres)
Algunas anotaciones sobre supersticiosos, neuróticos, magos y rufianes

1

Yo no sé si es cierto que, como opina Espinosa, la causa de la superstición es que «nosotros estamos por naturaleza constituidos de tal forma que creemos fácilmente las cosas que esperamos y difícilmente, en cambio, las que tememos, y que las valoramos más o menos de lo justo». Pero lo que no entiendo es cómo es posible que habiendo comprobado la humanidad, durante tanto tiempo y de forma tan insistente, que basta con desear que suceda algo para que no suceda, o que no ocurra algo para que ocurra, y más aún si el deseo se acompaña de ese conjunto de prácticas características de la superstición, no entiendo -digo- cómo es posible que todavía no hayamos caído en la cuenta de que es preciso abandonar la superstición con carácter urgente: porque, a lo que se ve, ser supersticioso trae mala suerte. Y con esto me viene a la memoria aquello que decía Mark Twain respecto a la relación (supersticiosa, claro está) entre levantarse temprano y ser favorecidos por la ayuda de Dios: «No os dejéis engañar por este absurdo dicho -aconseja Twain-. Conocí a un tipo que lo intentó. Se levantó al alba y un caballo le dio un mordisco».

Ahora bien, no parece que ni él ni yo (ni tantos otros) nos hallemos en camino de acabar con creencia y práctica tan arraigada en el ser humano. Quién sabe si no tendrá razón Goethe cuando sospecha que la superstición forma parte de la naturaleza y la esencia del hombre. Al fin y al cabo, se trata de algo (no lo olvidemos) que también puede detectarse en el comportamiento animal. Etólogos (como Lorenz) pudieron observarlo, y psicólogos (como Skinner) han sido capaces de generar experimentalmente (por condicionamiento operante) conductas supersticiosas en animales, de hacerlos, en sentido estricto, supersticiosos. El mecanismo por el que se consolida la superstición no resulta muy complejo ni muy difícil de entender, sino todo lo contrario: es de una pasmosa sencillez. Siempre que un conjunto de actos, por lo demás perfectamente inútiles e innecesarios al fin propuesto, se ven coronados por el éxito, es decir, van seguidos de un premio, el animal tiende a repetirlos. Sin embargo, es preciso matizar (creo yo) que la conducta del animal no puede ser considerada como supersticiosa mientras está sometido al programa de entrenamiento, porque, después de todo, es cierto que sólo recibe la recompensa (por ejemplo, comida) si hace aquello en lo que posteriormente consistirá la superstición (por ejemplo, girar 360º sobre sí mismo). Lo que sucede (y ésta es justamente la superstición) es que acabará por asociar hasta tal punto la conducta con el premio (digamos, el giro con la comida), que termina por creer que, en cualquier circunstancia, y, por supuesto, con independencia ya del propio experimento, es suficiente con llevar a cabo la conducta para obtener comida, e incluso que ésta nunca puede conseguirse al margen de tal conducta, que, ahora sí y con toda propiedad, ha de ser calificada como supersticiosa.

Es posible que esos mismos mecanismos sean los que expliquen la génesis de la superstición en el caso del ser humano; y ello tanto en las supersticiones positivas (propiciar que suceda lo deseado) como en las negativas (evitar que ocurra lo que no se desea). Dedicados durante un cierto tiempo a suplicar a Nuestra Señora la Virgen o su Divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, que llueva, es obvio que en algún momento lloverá. Y si apostados a los pies del lecho de un moribundo, entregados a la tarea de recitar fórmulas mágicas o llevar a cabo misteriosas ceremonias, todo ello con el objeto de disuadir a las fuerzas de ultratumba en su empeño por arrebatar aquella vida, es claro que alguno de ellos curará. La asociación entre ambos hechos (la práctica llevada a cabo y el desenlace final); asociación (no hace falta decirlo) completamente falaz, se encargará de hacer el resto: generar una falsa relación de causa y efecto entre ambos hechos, en la que consiste, justamente, la creencia y la práctica supersticiosas, es decir, la superstición. Se trata, por decirlo de otro modo, de interpretar lo que no es sino casualidad como auténtica causalidad. Pero con ser esto cierto, a saber, que la superstición consiste en la creencia errónea en una relación causa y efecto, no es suficiente, con todo, para que podamos considerar nítidamente definida la cuestión que nos ocupa: es preciso, además, que la causa (un ser, una práctica, una fórmula, un objeto...) la consideremos investida y portadora de facultades y poderes extraordinarios o sobrenaturales. Me parece, pues, que podríamos definir la superstición diciendo que consiste en una creencia falsa, según la cual entre dos determinados fenómenos se da una relación de causa y efecto, pero que se da sólo (y por ninguna otra razón) porque la causa posee facultades más allá de lo ordinario y natural, siendo capaz, por tanto, de propiciar acontecimientos que se sustraen al ámbito de lo normal.

2

Resulta obvio que, así entendida, la superstición tiene mucho que ver con el pensamiento mágico. Se trataría de un conjunto de prácticas y creencias que entran a formar parte, por derecho propio, del universo de la mágica, si es que no son (superstición y magia) una y la misma cosa: toda superstición persigue, al igual que la magia, un objetivo práctico, que vendrá dado por un conducto al margen del discurrir normal de los acontecimientos; y, al mismo tiempo, la magia fundamenta su supuesta efectividad en la creencia (supersticiosa, desde luego) de que es posible una acción propiciada por causas de carácter sobrenatural o paranormal.

Se comprende, así, que, con harta frecuencia, las leyes que gobiernan el pensamiento del supersticioso sean las mismas que aquéllas en las que, como nos ha enseñado Frazer, descansa el pensamiento mágico, a saber: la ley de semejanza, en virtud de la cual se cree que lo semejante influye sobre lo semejante, con lo que sería suficiente con imitar algo para que suceda; y la ley de contacto o contagio, que establece que dos cosas que una vez estuvieron en contacto continúan influyéndose mutuamente; leyes igualmente eficaces tanto para conseguir lo que se desea como para evitar lo no deseado, o, por decirlo con A. van Gennep, igualmente eficaces tanto en los ritos positivos como en los negativos. En los primeros, es preciso hacer algo para que suceda: en los segundos, no hacerlo, evitarlo, para que no ocurra, de aquí que los ritos negativos tomen, por lo general, la forma de prohibiciones, de tabú.

Si una mujer, por ejemplo, desea evitar la muerte de su hijo, puede actuar como si esa muerte, en efecto, ya se hubiese producido: le llorará, celebrará sus funerales y guardará luto por él. Como su muerte ya ha tenido lugar, no cabe pensar que vuelva a suceder; luego vivirá. He ahí una hermosa ceremonia mágica practicada por algún pueblo primitivo, de la que (si la memoria no me engaña) nos informa el mismo Frazer. Y es curioso señalar que en Asturias se puede detectar la existencia de una ceremonia no menos hermosa y que, buscando propiciar idéntico objetivo (garantizar la supervivencia del hijo), se constituye, sin embargo, mediante un conjunto de actos formalmente inversos. Se trata de una especie de bautismo prenatalicio, que todavía a finales del siglo XIX se practicaba en algunas comarcas de Asturias: la mujer embarazada, para garantizar que el embarazo llegase a buen término y el niño sobreviviera, en la medianoche del último sábado de un mes se encaminaba hacia un puente (o un cruce de caminos) y con la ayuda del primero que pasase, que oficiaba (supongo) de improvisado presbítero, celebraba el bautizo del niño, sin olvidar el darle nombre.

También en Asturias se creía que si se colocaba una llave sobre el vientre de la embarazada se facilitaría el parto; o, por el contrario, si estando embarazada hacia algo que tuviese que ver con nudos, incluso el cruzar las piernas, se corría el peligro de que en el cordón umbilical se formase un nudo y el niño muriese. En ambas prácticas es fácil ver actuando la ley de semejanza, tanto en sentido positivo como negativo.

En cuanto a la ley de contacto o contagio, vale decir que es seguramente el fundamento último (y, desde luego, el principal) de la llamada «magia negra», como es el caso del vudú, en el que se piensa que la posesión de un mechón de cabello, unos recortes de uña o una prenda perteneciente a un individuo (y que, por consiguiente, ha estado en contacto con su cuerpo), nos otorgará un poder ilimitado sobre él, incluido el provocar su muerte. Mas también se halla presente en múltiples supersticiones populares. Una vez más, en Asturias se solía quemar o enterrar la placenta, porque se creía que, de comerla un animal, la mala suerte o la desgracia acecharían a la madre o al niño.


Nacimiento, pubertad, matrimonio, muerte, momentos todos ellos decisivos en la existencia del individuo (ritos de paso, según la famosa expresión de A. van Gennep), mas también el trabajo, la cosecha, la vida diaria y cotidiana..., son acontecimientos que en algún momento han estado gobernados por la superstición y el pensamiento mágico. Y así es como continúa razonando el supersticioso. He sugerido que el origen de la superstición se encuentra en la asociación fortuita o casual entre una acción y una consecuencia deseada o temida que, de forma completamente azarosa, sigue a aquélla. Faltaría añadir que, en ocasiones, puesta la acción, la consecuencia se produce por puro efecto placebo, siempre que éste pueda mostrarse eficaz, naturalmente: por efecto placebo se puede curar o enfermar de según qué dolencia, pero no conseguir que llueva, pongamos por caso. Otras veces, es cierto que la práctica supersticiosa resulta efectiva (como colocar una llave fría sobre el párpado para evitar que brote un orzuelo), pero en esos casos tal efectividad proviene o bien de la sugestión (de nuevo el efecto placebo) o bien de causas enteramente naturales (es sabido que el frío tiene la capacidad de impedir o aminorar la inflamación). Y todo ello viene a reforzar la creencia del supersticioso, manteniéndolo víctima y prisionero de lo irracional; sumiéndolo, también, no pocas veces, en un estado de angustia y estrés profundamente doloroso. El caso límite lo encontramos en las compulsiones del neurótico (también en algunas personalidades histéricas). El neurótico obsesivo-compulsivo, como ya vio Freud, tiene un pensamiento de carácter básicamente mágico, y sus compulsiones son siempre prácticas supersticiosas. Cierto que sabe que sus obsesiones son absurdas (lo que le aleja del delirio psicótico), y lo mismo los actos compulsivos a los que aquéllas le impelen, pese a lo cual es incapaz de librarse de los unos y las otras. Es verdad que en algunos casos el supersticioso cree a pies juntillas en el contenido de su superstición (algo en lo que, sin duda, tiene mucho que ver el nivel socio-cultural del individuo y el del medio en el que se desenvuelve); pero también lo es que otras veces reconoce su superstición como ridícula y carente del menor fundamento, sin que eso le ayude a romper las cadenas que le atan a ella, porque desde el momento en que lo intenta, hace su aparición la angustia, que sólo puede ser acallada (al menos momentáneamente) por medio del ceremonial supersticioso (lo mismo que el neurótico compulsivo). Creo, por tanto, que todo esto autoriza a suponer que si en todo neurótico obsesivo-compulsivo habita un supersticioso, en todo supersticioso actúa, o al menos duerme, un neurótico. Y, tal vez, si todavía no actúa, si sólo duerme, el mejor remedio para evitar que despierte es un curso acelerado de lógica.

3

No es, pues, la superstición (tampoco el pensamiento mágico) enfermedad que afecte tan sólo a pueblos primitivos o poco desarrollados, pueblos que desconocen las distintas ciencias y la filosofía (aunque tal vez a ellos en mayor medida); también nuestras sociedades complejas y desarrolladas, en las que los conocimientos científicos y tecnológicos han alcanzado unos niveles sorprendentes, son víctimas del mismo mal, y al lado de la consulta del médico o del laboratorio del físico se puede ver el gabinete del sanador o el taller del vidente; y no siempre tan nítidamente separados como pudiera pensarse: químicos hay que creen en la existencia del elixir de la vida eterna, como neurólogos convencidos de la existencia de neuronas que nos permiten conectar con la divinidad.

Y el supersticioso, ahora como cliente de estos profesionales de lo oculto, se convierte en víctima o empresario que subvenciona la actividad de aquellos. Borracho de destilados paranormales y sobrenaturales, ni advierte el engaño ni le hace frente. Como observa Voltaire: «El supersticioso es al bribón lo que el esclavo al tirano». ¿Acaso es tan difícil ver lo incongruente que resulta que a alguien que dice estar adivinando tu futuro le hayan desvalijado tres veces la casa? ¿Y cómo es posible que haya quien diga que puede adivinarte el futuro y, al mismo tiempo, proporcionarte un amuleto para que tengas buena suerte? Observemos que el pensamiento supersticioso, lo mismo que el pensamiento mágico, son incompatibles con la idea de que el futuro esté determinado, porque en ese caso no podrían aspirar a influir sobre él. El supersticioso no cree que el futuro se halle determinado, sino que puede inclinarlo a su favor. Se trata de cosas muy distintas: porque si está determinado, no puede dirigirlo hacia su propio beneficio, y si cree poder hacerlo (y lo cree), entonces es que no está determinado. Mas he aquí que al perito de lo paranormal tanto le da hacer lo uno como lo otro: a éste le adivina el futuro y al siguiente en la consulta le proporciona un remedio infalible para aprobar unas oposiciones o para que le toque la lotería; y al parecer ni siquiera importa que la tal consulta consista en un tenderete colocado en plena calle y sin que él, mago insigne, disponga del dinero suficiente para cenar y dormir esa noche. Hace ricos a los demás como manifestación de su profundo altruismo, pero él prefiere una vida austera, más adecuada a la concentración espiritual y al trato con lo extraño. ¿Tanto cuesta caer en la cuenta de que por lo menos una de las dos veces nos está engañando? Si cree poder adivinar nuestro futuro, es porque éste se halla determinado, y si se halla determinado, nos engaña cuando afirma poder inclinarlo a nuestro favor; y si cree poder inclinarlo a nuestro favor, es porque no está determinado, y si no está determinado, entonces nos engaña cuando afirma poder adivinarlo. Pero no se tome lo que acabo de decir como una disquisición que yo haga en serio (de sobra sé que nos engaña en ambos casos, a menos que nos hallemos ante un enfermo mental, que también los hay): se trata de un simple ejercicio de lógica elemental, porque, ¿se me permitirá que diga que la única esperanza para el supersticioso se encuentra en la lógica y en la filosofía? Sólo así podrá curarse y algún día decir con Cicerón que: «me importan una higa los augurios de los marsos, los agoreros de aldea, los astrólogos circenses, los adivinos de Isis, los intérpretes de sueños». ¿Me atreveré, por mi parte, añadir que incluido Freud?

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Y llegado a este punto, tengo que decir que yo no sé si tales creencias supersticiosas forman o no parte de la propia naturaleza humana, como dice Goethe, pero de lo que sí estoy seguro es de que se equivoca cuando afirma que: «La superstición es la poesía de la vida; de ahí que al poeta -atestigua- no le sienta mal ser supersticioso». Ignoro lo que le sienta bien o mal al poeta (aunque presiento que lo único que le sienta bien es ser buen poeta), pero, desde luego, me hallo firmemente persuadido de que la poesía de la vida ha de ser buscada (y acaso hallada) en otra parte: la superstición, por el contrario (en lo que a mí se me alcanza) es una de nuestras más insidiosas y perniciosas lacras. Supongo que las que se han ido apuntando, en modo alguno pueden ser consideradas lacras menores: el sufrimiento que, no pocas veces, le inflige al supersticioso su superstición, y la esclavitud a la que le somete, así como el abuso y aprovechamiento de que le hacen objeto algunos farsantes y rufianes, no me parece a mí que pueda ser visto todo ello como un conjunto de minucias intrascendentes, sino, al contrario, como argumentos muy sólidos para apoyar la idea de que la superstición puede ser cualquier cosa menos la poesía de la vida. Mas, si así se desea, aún es posible aportar alguna perspectiva novedosa al asunto. ¿Hay alguien capaz de percibir la poesía que subyace al hecho de que una madre destroce las entrañas de su hija adolescente al suponerla embarazada por el Diablo? ¿O que tantas desdichadas fueran torturadas hasta la muerte para expulsar de sus cuerpos el demonio que las poseía, tal como sucedió en la caza de brujas de la Europa moderna? Ahora bien, cualquiera que se halle medianamente informado, sabe perfectamente que éstos no son más que un par de ejemplos de los múltiples horrores y atrocidades que podríamos traer aquí a colación, causados, todos ellos, por creencias meramente supersticiosas.

Y, por cierto, que esto nos aboca a otro ámbito importantísimo en el que también opera la superstición. Me refiero al de las religiones. Las relaciones entre el pensamiento supersticioso y la religión serían merecedoras por sí mismas de un tratamiento singular y pormenorizado. Mas no ya porque pudiéramos pensar (y yo, al menos, así lo pienso) que toda religión se reduce, en último término, a un conjunto de creencias y prácticas de carácter supersticioso, sino también (lo que acaso es más importante) por la dialéctica misma que la superstición imprime en la evolución de las distintas formas de religiosidad y en sus relaciones e interacciones mutuas. ¿Acaso no es cierto que toda nueva forma de religión se constituye previa descalificación de las demás como formaciones supersticiosas? Las grandes religiones monoteístas (terciarias, por decirlo con Gustavo Bueno) surgen, entre otras cosas, de la crítica al delirio mitológico propio de las religiones politeístas (secundarias) en tanto que delirio supersticioso; y dentro ya de las religiones de un único Dios, los musulmanes acusarán de supersticiosos a los cristianos, los protestantes a los católicos, etc. Y si el asunto quedase en una mera disquisición de carácter teológico, pase (como suele decirse, con su pan se lo coman), pero lo grave es que, con no poca frecuencia, la superstición engendra (como bien supo Voltaire) la persecución y el fanatismo, y ello tanto dentro de una misma religión como en las relaciones con las otras: «El supersticioso -escribe Voltaire- es su propio verdugo: lo es también de cualquiera que no piense como él (...) el supersticioso se convierte en fanático y entonces, llevado por su celo, es capaz de todos los crímenes en nombre del Señor». Y acaso más expresivas resulten todavía las siguientes palabras del ilustrado francés: «El supersticioso se deja gobernar por el fanático y acaba por serlo también. La superstición nació en el paganismo -asevera Voltaire-, la adoptó el judaísmo e infectó la Iglesia cristiana de los primitivos tiempos. Todos los Padres de la Iglesia, sin excepción alguna, creyeron en el poder de la magia. La Iglesia condenó siempre la magia, pero creyó en ella, y no excomulgó a los hechiceros como locos que se equivocaban, sino como hombres que tenían trato real con el Diablo».

Así, pues, tanto si se la examina en su dimensión individual como en su dimensión colectiva, tanto si se la ve operando en el ámbito de lo cotidiano como en la esfera de la religiosidad, es la superstición una de nuestras mayores desgracias. Y fijémonos que en todos esos dominios en los que opera existe algo común y permanente: la referencia a lo sobrenatural. Por eso, seguramente, quien mejor ha definido la superstición con menos palabras ha sido Teofrasto, que da de lleno en el blanco cuando afirma que: «la superstición parece ser un amedrentamiento respecto a lo sobrenatural».

No consiguió curar al supersticioso Voltaire. Tampoco Feijoo. Mucho menos podría hacerlo yo. Me permito, no obstante, sugerir al prisionero de la superstición dos remedios. Uno, que piense que no existe lo sobrenatural, que lo que existe es siempre natural, prosaica o maravillosamente natural, según los casos, pero natural siempre, por lo que la única posibilidad de influir en el futuro (si es que alguna nos es dada) es la puesta en acción de causas perfectamente naturales, que son las únicas que hay. Y dos, que haga cuenta del número de veces que el ejercicio de una práctica supersticiosa no ha producido el menor resultado, y a veces, incluso, ha tenido como efecto lo contrario de lo que se deseaba, para que de ese modo comprenda (como decía yo al principio) que no se debe ser supersticioso: porque ser supersticioso da mala suerte.




Los secretos de la ouija ja já

(por Mauricio-José Schwarz)

 

El tablero de la ouija sería sólo un juego seudoespiritista más de no ser porque, desde sus inicios (y sin prueba alguna, hay que añadir), se le ha adjudicado no sólo el asombroso poder de comunicarse con supuestos espíritus o fuerzas preternaturales, sino que puede volver locos a quienes participan en una sesión con ella.

 

(Entra música de miedo como la que ponen los programas de radio ocultista cuando el presentador informa que se le pusieron los pelos de punta y cosas así.)

 

Este mito convierte a la ouija en un objeto muy atractivo, especialmente para los jóvenes. En la adolescencia todos pensamos que somos inmortales e invulnerables, y nos da (a casi todos) por tentar nuestra suerte de diversas maneras: el exceso de velocidad en auto o motocicleta, el jugueteo a grandes alturas, la visita nocturna a cementerios o la práctica de una sesión de ouija y otras tonterías.

 

Los que tuvimos suerte y no logramos matarnos pese a nuestras tarugadas juveniles, sobrevivimos para seguir dando lata y, a veces, hasta nos damos cuenta de cuán afortunados fuimos y qué tan burros podíamos ser en aquellos tiempos dorados.

 

Entonces, la ouija atrae a los jóvenes como los atrae todo lo prohibido. Y esto bien lo saben los charlatanazos que siempre tienen una sección dedicada a la ouija en los sitios Web en los que promueven sus mercaderías, periódicamente la mencionan en sus revistas, y nunca dejan de mencionar el "peligro" de volverse loco, ser poseído por algún espíritu, demonio o diablete o, cuando menos, ser engañados por las inteligencias extraterrestres con las que entramos en contacto telepático (puestos a inventar barbaridades, los "parapsicólogos" no tienen límite).

 

El único peligro que nunca mencionan es el más evidente: que los jóvenes se traguen el embuste y empiece a admirar acríticamente a algún gurú de una protosecta, además de invertir sus pocos euros en la compra de libros absurdos, revistas engañosas y otros productos del maravilloso mundo del consumismo paranormal.

 

Veamos de dónde sale la ouija, para empezar.

 

 

Breve historia de un juego novedoso

 

Los vendedores de maravillas fementidas disfrutan mucho hablando de misteriosos orígenes de la ouija en el siglo VI antes de Cristo, ya que cualquier cosa antigua tiene para ellos un gran valor. Pero en realidad el tablero de la ouija fue inventado por Elijah Bond y comercializado por la empresa de Charles Kennard en la década de 1890, cuando la locura espiritista estaba en todo su apogeo.

 

A Bond se le ocurrió que ésta era una forma divertida de "comunicarse con los espíritus" bastante menos complicada que los sistemas de "escritura automática" en boga por entonces y con los que lo más que se podía colegir era que los espíritus tenían una caligrafía lamentable. Otro caso era que los "médiums" más avezados podían hacer que se inclinaran o levantaran mesas, hazaña mucho más impresionante que deslizar una planchita. Por alguna causa, era más fácil lo de la planchita.

 

La antigüedad "egipcia" que se le adjudica al jueguito proviene de que, según Kennard, "ouija" significa "buena suerte" en egipcio antiguo. ¿Cómo lo supo? Le preguntó a la ouija. ¿Es cierto? En lo más mínimo. "Ouija" no quiere decir "buena suerte" en ningún idioma.

 

Como fuere, Kennard obtuvo una patente del inventajo el 10 de febrero de 1891 (cuando llevaba ya un año vendiéndolo), pero el negocio iba mal y le faltaba plata, de modo que perdió la empresa y la patente, que acabaron en manos de su exempleado William Fuld. La Kennard Novelty Company se convirtió en la Ouija Novelty Company y Fuld se ocupó de darle más emoción al negocio inventando que el nombre del tablero era más bien oui-ja y significaba "sí-sí", pues oui es "sí" en francés y ja es "sí" en alemán, explicación que al parecer se sacó de la manga para darle un toque "europeo" a la fabulilla. La familia de Fuld explotó el negocio, hasta que los herederos, ya en la segunda mitad del siglo XX, vendieron la patente del tablero a Parker Brothers, la mayor productora de juegos de mesa del mundo (y dueña de la patente del Monopoly).

 

El tablero de la ouija es esencialmente un rectángulo de madera o cartón en el que están dispuestas las letras del alfabeto en dos arcos, los números del 1 al 0, las palabras "Sí" y "No" en las esquinas superiores y las palabras "Hola" y "Adiós" en las esquinas inferiores. Sobre el tablero se usa una planchita (o planchette en francés) con tres patitas cubiertas de fieltro que se desliza más o menos fácilmente sobre el tablero. Los participantes en el juego ponen los dedos sobre la planchita (muy suavemente, se indica siempre), hacen una pregunta y la planchita se mueve deletreando la respuesta.

 

Quienes no quieren comprar la versión comercial hacen una serie de tarjetitas con letras y números, las ponen en una mesa y en lugar de planchita usan un vaso para deletrear. A eso, los entendidos (desvergonzados) le llaman "vasografía".

 

 

El asombroso comportamiento de la ouija

 

Originalmente diseñada para dos personas, se puede "jugar a la ouija" con varias personas más, tantas como dedos puedan ponerse sobre la planchita. Las instrucciones hacen hincapié en que los dedos apenas deben rozar la tal planchita, sin ejercer presión que pueda impedir su libre movimiento. Alguien hace una pregunta y la planchita deletrea la respuesta, o da los números, o dice "Sí" o "No".

 

Lo que se nos vende como "gran misterio" es que parece que la planchita se mueve sola, lo que los buhoneros del cuento venden genéricamente como "la mueven los espíritus", aunque para eso hay, como veremos, explicación suficiente. Los verdaderos grandes misterios de la ouija son los siguientes:

 

 

•los espíritus siempre hablan en un idioma que entienden los participantes, jamás aparece un espíritu que no sea políglota

 

 

•los espíritus parecen estar muy dispuestos a responder a preguntas más o menos esotericonas, pero cuando se les pregunta, por ejemplo, un desarrollo matricial matemático que permita describir el comportamiento de un universo de 11 dimensiones o se les piden datos históricos sobre los celtas o los etruscos, son sumamente poco afectos a responder

 

 

•los tales espíritus nunca demuestran tener un conocimiento superior al de los participantes; si ninguno de los participantes sabe, por ejemplo, el nombre del primer tlatoani (o emperador) azteca (Acamapichtli), los espíritus tampoco lo saben (esto suelen negarlo los sitios ocultistas, y hablan de que "muchas veces" la ouija da información que no conocen los participantes, pero nunca dan un ejemplo de tan asombrosa información)

 

 

•si los participantes en el juego no pueden ver las letras y números, el movimiento de la planchita pasará a ser aleatorio, y no deletreará nada inteligible en ningún idioma.

 

Estos misterios son lo bastante llamativos como para darnos una pista indicando que lo más probable es que los que responden las supuestas preguntas y mueven la tablita o indicador son, precisamente, los participantes en el jueguito.

 

Y eso es lo que dicen quienes se han ocupado de estudiar este "misterio".

 

 

El tremebundo "efecto ideomotor"

 

Nos gusta pensar que controlamos perfectamente los movimientos de nuestro cuerpo, al menos los de nuestros músculos estriados (excepto el corazón, claro).

 

Pero no es cierto.

 

Nuestros músculos están sujetos a varias influencias al mismo tiempo, una de las cuales es nuestro control consciente. El cansancio, la gravedad y muchos otros elementos pueden hacer que, por ejemplo, nuestra puntería sea lamentable.

 

Fue en 1852, cuando William B. Carpenter, estudiando precisamente el zahorismo (práctica de buscar agua con uno o dos palitos), propuso que los movimientos musculares se podían iniciar por efectos de la sugestión, más allá de la voluntad consciente.

 

Hay un experimentillo que sirve muy bien para comprobar esta hipótesis de Carpenter.

 

Fabríquese un péndulo. No hace falta ir a una tienda esotérica a adquirir un péndulo de cuarzo con cadena de plata mistificada con el aura de la gnosis tántrico-egipcia, sino que basta con cualquier peso atado a un hilo de unos 15 cm. de largo. (Es cierto, sin embargo, que un péndulo de aspecto "profesional" y "misticón" puede ser más efectivo para personas más proclives a la sugestión.)

 

Lleve el péndulo a una persona y dígale, con toda la certeza que pueda fingir, que dicho péndulo es un detector de mentiras eficacísimo. Explique que debe sostener el péndulo con el índice y el pulgar, el brazo más o menos extendido, y deje muy claro que cuando la persona diga la verdad, el péndulo se moverá en línea recta, pero cuando diga una mentira, el péndulo se moverá describiendo un círculo. A continuación, hágale algunas preguntas a la persona pidiéndole que mienta en algunas respuestas y vea cómo su sujeto se asombra al descubrir que, sin que él o ella esté conscientemente moviendo el péndulo, cuando dice la verdad el péndulo se mueve recto y cuando miente se mueve en círculo.

 

Luego vaya con otra persona (alguien que no haya visto el primer experimento, obviamente), y dígale exactamente lo mismo, con el siguiente cambio: que cuando la persona diga la verdad, el péndulo se moverá en círculo y, cuando mienta, se moverá en línea recta. Su sujeto se sorprenderá igual que el anterior, porque cuando responda la verdad el péndulo describirá un círculo y cuando mienta se moverá en línea recta.

 

En la mayoría de los casos, lo que usted diga influirá en los resultados, en el movimiento del péndulo. Inténtelo con varios sujetos.

 

¿Qué pasa? Evidentemente el péndulo no tiene la más remota idea de cuándo una persona dice la verdad o miente, faltaba más. Pero al darle las instrucciones a su sujeto experimental, usted condiciona el movimiento involuntario de los músculos de la persona, de modo que ella hará, sin estar consciente de ello, que el péndulo se mueva según lo que usted haya dicho. Está usted viendo en vivo y a todo color el "efecto ideomotor".

 

Si junta usted a dos o tres personas y les dice que la planchita se moverá, la planchita se moverá en la mayoría de los casos. Si les dice que deletreará palabras, todos buscarán palabras (la planchita "se detiene" primero en la "N" y luego sigue moviéndose, y todos colaborarán para llevarla a una vocal, sin permitir que se detenga en la "R" y luego en la "Y", deletreando algo sin sentido; si la vocal es la "A", todos irán dejando que la planchita se mueva hasta llegar a una letra que sea lógicamente la siguiente (desde la "D" de "nada" hasta la "U" de Nauru, si viene al caso).

 

Esto ocurre, claro, cuando quienes juegan lo hacen con honestidad. En otros casos, es evidente que el director del juego mueve la planchita con todo descaro para impresionar a su público.

 

El efecto ideomotor, de hecho, es un elemento de gran importancia en la explicación de muchos fenómenos supuestamente paranormales, incluidos, según los estudios de Ray Hyman, la "comunicación facilitada", la "kinesiología aplicada", la "sugestión hipnótica", y algunos aparatos de la seudomedicina como el "detector de radiación Toftness" que usan los curanderos de la quiropráctica o la "caja negra" de la radiestesia y la radiónica (formas recientes de charlatanería médica).

 

 

La interpretación de la sesión

 

Obviamente, en un ambiente tenso, de "misterio" como el que suele rodear a las sesiones de ouija, especialmente entre jóvenes buscando misterios, cualquier respuesta, por absurda que pudiera sonar en otro contexto, puede ser reinterpretada para dar la impresión de profundidad o esoterismo. Siempre habrá alguien dispuesto a "explicar" lo que "quiso decir" el "espíritu" (o extraterrestre o ángel o telépata o demonio o cantautor o lo que fuere).

 

Y es que, precisamente, la diversidad de supuestas "fuentes" de las respuestas de la ouija permite que se "explique" prácticamente cualquier respuesta: si es certera o es un engaño, o es esquiva, o es malévola. En cualquier caso, un "parapsicólogo" puede "explicar" cualquier respuesta inventándose una "entidad" que sea supuestamente responsable de la comunicación.

 

Sin embargo, el hecho real es que Parkers Brothers ha fabricado y vendido más de ¡dos millones de tableros ouija!, sin contar los muchísimos tableros más que se han producido y vendido y usado sin respetar la extraña patente de que disfruta esta megaempresa.

 

Si consideramos que cada tablero ha sido usado en promedio sólo dos o tres veces para hacer una "sesión", hay al menos cinco millones de sesiones de ouija sin que se haya obtenido información fuera de la experiencia de los participantes y sin que se haya demostrado en modo alguno el origen preternatural, externo, telepático, telequinésico o peripatético de las respuestas. En la realidad, en ninguna sesión ouija ha ocurrido nada excepcional como no sean los efectos de sugestión que puede tener sobre algunas personas.

 

No hay ningún dato que nos haga creer que las respuestas que ofrece la ouija provenga de otro lado que no sean los propios participantes, incluso las respuestas más ofensivas, desagradables y emocionalmente cargadas, estarían reflejando las emociones y, sobre todo, los miedos de quienes están inmersos en el juego.

 

 

Los peligros de la ouija

 

Todo "parapsicólogo" que se respete advertirá de los peligros de la ouija para hacerla más atractiva a sus clientes (o fieles o creyentes o candidatos a trasquilaje o potenciales adoradores). Hablará del peligro de "posesiones" o de cosas aún más atroces, y observará adustamente que en algunos casos la gente "se ha vuelto loca" al usar la ouija.

 

Hay en realidad dos casos que se citan con frecuencia. En 1971, Susy Smith, en su libro Confessions of a Psychic (Confesiones de una psíquica, el solo título ya nos da una idea de su posición objetiva y equilibrada sobre el tema) afirma que el uso de la ouija le provocó perturbaciones mentales. La pregunta, claro, es si dichas perturbaciones no estaban ya presentes en doña Susy al grado de que se creyera "psíquica" y usara una ouija con un tremendo temor debido a sus creencias en lo preternatural. Por su parte, en el libro Thirty Years Among the Dead (Treinta años entre los muertos, de 1924, otro título revelador), el doctor Carl Wickland afirma que el uso de la ouija "dio como resultado una locura tan brutal que el internamiento en asilos se hacía necesario".

 

Ciertamente son declaraciones potentes, pero no se puede dejar de pensar que los casos de "locura" o "posesión" son tan pocos en relación con los millones de ouijas y las millones de sesiones realizadas con ellas que es difícil establecer una relación causal entre el uso del juguete y la locura. Probablemente cualquier persona impresionable y proclive a la sugestión, algo creyente y no muy estable mentalmente, pueda expresar más fácilmente su perturbación mental en un entorno tenso relacionado con el ocultismo, lo cual nos dice más acerca de estas personas que de las prácticas ocultistas en particular.

 

Los peligros de la ouija son los peligros que tiene todo el ocultismo sobre la gente poco equilibrada, sugestionable y deseosa de encontrar respuestas en un mundo confuso. Es un peligro real pero que nada tiene que ver con los poderes o energías de un trozo de madera con letras impresas en él.

 

Quizá lo más revelador de las verdaderas posibilidades que tiene la ouija de ofrecer datos reales e importantes para sus usuarios (y sus posibles riesgos) sea un experimento que hace todos los años Larry Barrieau, profesor de ciencias de la tierra para alumnos de séptimo grado (primero de secundaria) en una escuela estadounidense.

 

Después de comentar temas paranormales con sus alumnos y averiguar quiénes han tenido "tremendas" experiencias con la ouija, hace que traigan un tablero ouija "que sí funcione" y selecciona a los dos más entusiastas creyentes para el experimento.

 

Los dos alumnos se sientan uno frente a otro. Otros dos estudiantes sostienen una tabla bajo las barbillas de los participantes para que éstos no puedan ver sus propios regazos. El profesor coloca la ouija en los regazos de los chicos de modo que no sepan la orientación del tablero, se pone la planchita y se colocan los dedos de los dos experimentadores sobre ella. Otro alumno anota dónde se detiene la planchita cada vez que los dos participantes indiquen que se ha detenido.

 

El profesor hace una única pregunta como: "¿Dónde nació la abuela materna del profesor Barrieau?", y la respuesta correcta, guardada en un sobre, se mantiene en el bolsillo del profesor.

 

Luego el profesor apuesta en serio: le ofrece a todo el grupo que si la respuesta es correcta, les dará a todos un 10 (o un sobresaliente, o una A) para todo el año y no tendrán que volver a la clase, con lo cual consigue la absoluta atención de todos los alumnos.

 

Uno de los dos participantes recibe la pregunta y se la hace a la ouija. Cuando ambos participantes están de acuerdo en que se ha dado la respuesta, el profesor Barrieau le da el sobre con la respuesta al alumno encargado de anotar las letras. La respuesta se anota en el pizarrón (o encerado) y, debajo de ella, se escribe la respuesta dada por la ouija.

 

Evidentemente, nunca, ningún grupo del profesor Barrieau ha obtenido un 10 general.

 

Supongo que un parapsicólogo dirá que a las escuelas sólo van los espíritus muy tontos.

 

Supongo que es evidente que si los alumnos hubieran apostado, por su parte, a ser reprobados (o suspendidos) si la respuesta era incorrecta, habrían corrido un gran peligro con la ouija.

 

Supongo que cada quién llegará a sus propias conclusiones.




Lo Inexplicable y el pensamiento mágico

(por Juan Carlos Cisneros)

 

"Los hombres creen que la epilepsia es divina simplemente porque no la entienden. Pero si llaman divino a todo lo que no entienden, entonces, no habrá fin para las cosas divinas".  Hipócrates

Hace milenios nuestros antepasados se admiraban con un misterioso disco de fuego que se erguía diariamente a través del horizonte. Éste pasaba la mayor parte del día irradiando calor sobre todas las cosas y finalmente se ocultaba tan enigmáticamente como surgía. No menos misterioso, otro disco luminoso sucedía al primero y se paseaba toda la noche allá en lo alto, rodeado de millares de puntos parpadeantes que dibujaban caprichosas formas, unas más inteligibles que otras.

¿Cuál era la explicación de todo eso? ¿Cómo se mantenían en lo alto esos objetos? ¿Qué tan lejos estaban? ¿Por qué se movían? ¿Por qué nunca se apagaban? ¿Eran simples objetos o no? Además: ¿por qué llovía? ¿Por qué caía el rayo? ¿Por qué ardía el fuego? ¿Por qué temblaba la Tierra? ¿Por qué hacía erupción el volcán? ¿De dónde venía el viento? ¿Por qué ocurría el huracán? Y también: ¿Por qué brotaban las semillas? ¿Por qué nacían los niños? ¿Por qué se fermentaban las frutas? ¿Por qué aparecían las enfermedades? Esta lista es larguísima. Y a todos esos fenómenos les atribuyeron la categoría de no ser naturales, sino de ser "algo más", algo que no es natural, algo sobrenatural. Algo mágico. Algo digno de admiración o de temor. De reverencia o de culto. La curiosidad, la perplejidad y sobre todo la fantasía humanas ante lo incomprehensible en el mundo que nos rodea fueron el motor para la creación de seres fantásticos y poderosos que serían los responsables por todos los fenómenos que no entendemos. Así nacieron todos los dioses.

Mucho tiempo después, en nuestra sociedad moderna, el ser humano no ha cambiado mucho. Ya no se cubre con pieles de animales salvajes. Ahora usa corbata. Y es orgulloso: se auto-denomina "civilizado" para diferenciarse tajantemente de sus "primitivos" antepasados. Tomaría como un severo insulto el ser comparado a un troglodita. Sin embargo, su visión del mundo que le rodea sobrevive intacta, ya que sigue considerando todo aquello que es inexplicable -y muchas veces hasta lo explicable- como el trabajo de algún dios. Persiste en colocar apresuradamente adjetivos tales como "milagroso", "paranormal" o "divino" en todo aquello que no entiende -o que aun no entiende- en lugar de simplemente admitir que no es capaz de entender. A pesar de todos los avances en el conocimiento de nuestro mundo, el ser humano moderno persiste en atribuir lo que aún no comprehende a algún dios, a dioses, a alguna energía especial. Esto lo vemos todos los días.

Por ejemplo, en una apartada iglesia cristiana, una multitud de fieles observa una extraña mancha formada en una pared. En ella ven fervorosamente el "rostro de Jesús". Al otro lado del mundo, al observar el cielo nocturno un espectador se topa con una efímera luz fuera de lo común. No tarda en asignarla a "extraterrestres". Mientras tanto, en un hospital cercano, un paciente con una severa enfermedad y con pocas probabilidades de recuperarse experimenta una súbita mejoría en su cuadro. Su médico al no poder explicar eso, se encarga de atribuirlo a un "milagro". Fenómenos como estos son invocados diariamente como “pruebas” de la existencia de uno o más dioses.

No, el ser humano aún no se ha liberado de la mentalidad de sus ancestros. El pensamiento mágico persiste en pleno siglo XXI. De hecho, frecuentemente la actitud de explicar científicamente los fenómenos del mundo que nos rodea no es bien vista, en cuanto ésta se contrapone a las "explicaciones" espirituales, divinas, místicas, mágicas.

¿Sería la erupción de un volcán una prueba de la existencia de algún dios del fuego, que por cierto, se encontraría de muy mal humor? Hoy en día la mayoría de nosotros no tomaríamos en serio esta pregunta, pues sabemos lo que es un volcán. Sabemos que se trata de un fenómeno natural. Hace miles de años, sin embargo, ésta era una pregunta seria. Para nuestros ancestros no estaba tan claro lo que era un volcán y su actividad era un fenómeno mágico, obra de algún dios. El volcán fue un dios. ¿Qué pasó con este dios tan temible? ¿A dónde se ha ido? ¿Murió?

Es extraño que veamos con humor o hasta con desprecio las creencias primitivas, los dioses de las tribus salvajes o del mundo antiguo, pero en cambio respetemos y veneremos solemnemente al dios o a los dioses de nuestras religiones “modernas” y “civilizadas”. ¿Qué diferencia hay entre Jehová y Zeus después de todo? ¿Acaso el primero se merece más respeto que el segundo? ¿Acaso no son dos facetas del mismo pensamiento mágico? 

Se dice que la ciencia no puede responder todo. Por cada pregunta que la ciencia responde, se plantean dos nuevas. Y es que entre más conocemos, más nos damos cuenta de lo que ignoramos. Tal vez no sea posible comprehender todo en el universo, sin embargo, todos los días la ciencia explica algo. Todos los días, algo ilógico se hace lógico. Todos los días un milagro deja de ser un milagro. Todos los días, algo sobrenatural se convierte en natural. Todos los días, el trabajo de un dios se convierte en obra de la naturaleza. La superstición y la religión -el mito institucionalizado- retroceden ante cada avance de la ciencia. 

¿Es malo quedarnos paulatinamente sin milagros? ¿Tiene menos belleza un mundo comprehendido, explicado? Claro que no. Sólo se puede valorizar y apreciar aquello que se conoce. Conocer es, ante todo, vivir sin miedo y sin superstición. Descubrir y entender el mundo que nos rodea es una experiencia gratificante. Una foto obsequiada por el telescopio Hubble es más hermosa que mil mentiras.

 
 




Reflexiones de un astrónomo sobre la astrología*

(por Ismael Pérez Fernández)

William William James solía predicar la "voluntad de creer". Yo, por mi parte, quisiera predicar la "voluntad de dudar"... Lo que se persigue no es la voluntad de creer, sino el deseo de descubrir, que es exactamente lo opuesto.

Bertrand Russell.

 

Imagino que lo que aquí voy a contar no sólo les sucede a los aficionados sino también a los profesionales y apostaría que a ellos les ha pasado más a menudo que a los que simplemente somos aficionados.

Seguramente, a todo astrónomo, ya sea profesional o aficionado, estando en alguna conversación, le ha sucedido algo parecido a esto: "Perdón, ¿dices que eres astrónomo? Dime ¿qué sabes de los cáncer?" Y a uno, al menos a mí me pasa, se le empieza a calentar la sangre. Bueno, buscas en tus reservas de paciencia, después de todo la gente no suele estar versada en astronomía. Así pues, con toda tu buena voluntad y paciencia, procedes a explicar algunos hechos básicos de la astronomía para que la persona en cuestión se dé cuenta que está en un error. Sin realizar aquí un análisis exhaustivo, podemos mostrar algunos de esos hechos que prueban que la astrología es simple y llanamente falsa.

Lo primero sería aclarar que son los signos del zodiaco. Como todo el mundo sabe la Tierra gira alrededor del Sol. Evidentemente detrás del Sol aunque muy lejos, hay estrellas, no las vemos porque el Sol que también es una estrella, está muy cerca de nosotros y su brillo nos impide ver las estrellas que están detrás. Por ejemplo si cuando nace una persona, detrás del Sol está el grupo de estrellas que llamamos constelación de Leo, entonces los astrólogos dicen que el signo de esa persona es Leo. Así pues, los signos del zodiaco son simplemente la constelación que está detrás del Sol en el momento en el que nace la persona. Es decir, los signos son una simple cuestión de perspectiva. Ahora bien, la Tierra además de girar sobre si misma y alrededor del Sol tiene otro movimiento más. ¿Han visto alguna vez girar una peonza? La peonza además de girar sobre si misma y desplazarse, tiene cierto cabeceo, su eje de rotación cambia de inclinación constantemente. Pues el movimiento adicional que tiene la Tierra es algo similar. El eje de rotación de la Tierra va cambiando su posición con el paso del tiempo, a este movimiento se le llama precesión de los equinoccios y tiene un periodo de 26000 años. Debido a este movimiento (...) las fechas no coinciden con las que usan los astrólogos, incluso aparecen dos constelaciones que los astrólogos no tienen en cuenta ¿alguien ha oído hablar del signo de Ophiuchus? ¿Y del signo de Cetus? Esto pone de manifiesto que lo que nos han contando toda la vida de los doce signos del zodiaco y cuando hay que nacer para ser tal o cual signo es totalmente falso. Ante esto, ¿qué credibilidad puede tener la astrología? Los astrólogos dicen que pueden predecir el futuro y la personalidad de las personas con las estrellas, ¡pero por lo visto no observan lo que hay más arriba de sus cabezas!

¿Se han fijado en las definiciones que hacen los astrólogos de las personalidades de los distintos signos? Es llamativo que se corresponda con las cualidades humanas que normalmente atribuimos a los animales u objetos que representan dichos signos. La astrología en el fondo no es más que un simbolismo barato, cuyas raíces se hunden en la mitología, como mostrare unas líneas más abajo. Por ejemplo, de los libra suelen decir que son justos y equilibrados ¿acaso no son esas las propiedades que atribuimos a una balanza? Los géminis son ambivalentes ¿qué cabria esperar, si el símbolo de su signo es de unos gemelos?¿No deberían tener tendencia a la doble personalidad? De los acuarios suelen decir que tienen una inteligencia transparente, como transparente es el agua que sale del ánfora que aparece en el símbolo que lo representa. Claro que uno no sabe muy bien si con esto les están llamando inteligentes o tontos. Porque la verdad es que no queda muy claro. Todos estos signos y los símbolos que los representas provienen de la mitología griega. Fueron los griegos los que agruparon las estrellas en constelaciones para que formaran las figuras de sus héroes y dioses. La astrología traspasa las cualidades de esos mitos y dioses a las supuestas influencias astrales. Por ejemplo, si estas bajo la "influencia" de Marte, estarás irascible y probablemente tendrás conflictos con las personas que te rodean.

Lógico, Marte en la mitología era el dios de la guerra. Pero el dios de la guerra no existe, y Marte es simplemente un planeta más del Sistema Solar.

Llegados a este punto, podemos recurrir a la mitología para averiguar como seria la personalidad de por ejemplo, Cetus. Que es uno de esos signos que los astrólogos parecen desconocer. Cetus, es el monstruo del mar. Neptuno, el dios del mar, estaba ofendido por Cassiopea ya que esta había asegurado que su hija Andrómeda era más bella que las ninfas marinas. Para solventar semejante agravio, Andrómeda se ofreció en sacrificio a Cetus, quedando así satisfecho Neptuno. Pero Cetus no llego a devorar a Andrómeda, ya que por allí paso Perseo que dio muerte a Cetus antes de que este pudiera realizar su cometido. Así pues, ya podemos proceder a realizar el cuadro de la personalidad de los nacidos bajo el signo de Cetus:

"Los Cetus son unos abusones que tienen tendencia a aprovecharse del más débil. Además no tienen personalidad ya que acatan cualquier orden que se les dé por desagradable u horrible que esta sea. Y para terminar, son unos enclenques, ya que en cuanto alguien un poquito fuerte les planta cara se vienen abajo."

Hagan la prueba, busquen las raíces mitológicas de los signos zodiacales, y descubrirán como las personalidades que le atribuyen los astrólogos son una simple transposición de las cualidades y acciones de esos mitos y leyendas.

Por si esto no fuera suficiente, podemos ir a las raíces de la propia astrología y ver que también son erróneas. Lo cual hará que la astrología se derrumbe como un castillo de naipes ante una ráfaga de viento, si es que no se había derrumbado ya. Las raíces de la astrología descansan en la concepción que tenia Aristóteles del universo. Aristóteles fue un gran filosofo, pero hasta los más grandes se equivocan. Según Aristóteles el universo está lleno de una única sustancia, el éter. En concreto estaría formado por cincuenta y cinco esferas homocéntricas de éter, siete de las cuales contendrían a Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, el Sol y la Luna. Todas las esferas estarían en contacto entre si, y el frotamiento de unas con otras sería lo que transmitiría el movimiento. De este modo Aristóteles introdujo un mecanismo físico mediante el cual los cuerpos celestes podrían efectuar cambios sobre la Tierra. Por lo tanto es plausible que se intentara predecir el futuro de las personas mediante el estudio de los cuerpos celestes. Pero hoy en día sabemos gracias al experimento que Michelson y Morley llevaron acabo que el éter no existe. Y las esferas que utilizaba Aristóteles para explicar los movimientos, tampoco existen. ¿La prueba? Pues es bien sencilla, hemos enviado sondas espaciales a la Luna, Venus, Marte, Júpiter, Saturno etc. Y ninguna se ha estrellado contra ninguna esfera.

Sólo comentare otro par de hechos más. Recordemos que las constelaciones no son más que agrupaciones arbitrarias llevadas a cabo por la civilización helénica, con la única intención de ver en ellas a sus mitos. Las estrellas que forman una constelación no tienen nada que ver unas con otros. Basta coger un par de estrellas de cualquier constelación y ver a que distancia se encuentran de nosotros. Por ejemplo, las estrellas Aldebarán y Elnath de la constelación de Tauro se encuentran a 68 y 130 años luz de nosotros respectivamente.

Como se puede observar no están a la misma distancia, por lo que no pueden estar juntas. Pero más relevante aun, es que hay estrellas que presentan una separación menor de las estrellas principales de otra constelación que de las de la suya propia. Por ejemplo, la estrella designada por la letra griega Theta de la constelación de libra está a 13,37º de Zuben Elakrab que es de las estrellas principales de dicha constelación la que tiene más próxima, y en cambio esta a tan sólo 6,27º de Graffías una de las estrellas principales de la constelación de Scorpio.

El otro hecho al que voy hacer referencia es más cotidiano y del cual casi todos tenemos constancia. A veces, al nacer un par de gemelos uno de ellos muere mientras que el otro tiene una larga vida. Pero si la astrología es cierta ¿no deberían haber tenido destinos tremendamente similares ya que ambos serian del mismo signo y nacieron con escasos minutos de diferencia?

Recapitulemos, para empezar, la realidad del firmamento no se corresponde con lo que sostiene la astrología, sus bases aristotélicas han sido refutadas, las constelaciones no son entes reales sino agrupaciones arbitrarias de estrellas realizadas por una antigua civilización humana y por ultimo, hechos cotidianos como el que acabamos de mencionar en el párrafo anterior dejan claramente al descubierto la falsedad de la misma. Se podría seguir mostrando hechos que refutan la astrología. Pero como he dicho más arriba, no es mi intención realizar aquí un análisis exhaustivo.

El problema viene cuando, aun explicándole a la gente porque la astrología no puede funcionar, ésta insiste en creer. Bueno, y si sólo fuera eso no habría mucho problema. ¡Allá cada cual con sus creencias! Pero además no dudan en llamarle a uno negativista, escéptico con tono despectivo o el tan consabido cabeza cuadriculada y estrecho de miras. Y por supuesto no dudan en argumentar que si mucha gente cree en ello será por algo, ¿pero desde cuando el numero de creyentes es prueba de veracidad? De ser así, la Tierra seguiría siendo plana, las brujas existirían y así ad infinitum. Aquí hay algo para reflexionar, ¿por qué la gente prefiere la creencia a la sabiduría? Puedo entender que ciertas creencias resulten esperanzadoras o consoladoras, por ejemplo, puedo entender que haya gente que le guste creer que existe algún Dios bueno y justo que nos compensará en otra vida, o que la vida no acaba con la muerte, sería tan gratificante que volviéramos a ver a nuestros seres queridos. ¿A quién no le gustaría que estas cosas fueran ciertas? A mí personalmente me encantaría, sería tan reconfortante, pero por todo lo que sé, éstos sólo son simples anhelos o deseos, no hechos probados como verídicos, y todo parece indicar que estas creencias no se corresponden con la realidad de cómo es el mundo y engañarnos a nosotros mismos es hacernos un flaco favor. ¿Pero que hay de gratificante o de bello en la astrología? Yo no le veo nada, ¿qué hay de bello en reducir la riqueza de la psicología humana a doce arquetipos simples? ¿Qué hay de bello y consolador en creer que tu vida ya está programada? ¿En que tú no eliges nada, sino que todo está escrito en las estrellas? ¿Qué hay de consolador en creer que no se es libre? Renegar de la libertad es renegar de lo que nos hace humanos. Los humanos nos caracterizamos porque podemos elegir, a veces las opciones que tenemos no nos gustan, pero siempre se puede elegir. Siempre, por difícil que nos resulte, tenemos la libertad de tomar una decisión u otra, esto es algo característico de los humanos, es nuestra libertad de acción. Creer que no es así, que nuestra vida está escrita en las estrellas o de forma más general, que existe un destino en el que todo está escrito, es renunciar a lo que nos hace humanos.

En las personas con este tipo de creencias se detecta una doble moral que espero no adopten de forma consciente. Es curioso, que cuando algo les sale bien es mérito suyo, pero si sale mal, entonces es que estaba escrito en las estrellas, en los posos del café, en el tarot o en lo que se tercie. Me pregunto ¿acaso detrás de estas creencias no se esconde cierto miedo a la libertad? ¿No será que se tiene miedo de lo que implica ser humano? Y es que la libertad no viene sola, tiene una inseparable amiga, cuyo nombre es responsabilidad.

Si somos libres de elegir, entonces las consecuencias de nuestras elecciones son en última instancia y en mayor o menor medida, nuestras. Tener miedo de la responsabilidad que implica el ser libre y camuflarlo bajo una creencia pseudocientífica no nos ayuda en nada, tal vez parezca consolador, pero es sólo eso, una apariencia. En cambio, si aceptamos esa responsabilidad, ésta nos empujará a tomar las decisiones con sumo cuidado, tendremos que pensar muy bien las consecuencias de nuestras acciones antes de elegir. Tal vez pueda parecer banal, pero pienso que eso nos ayuda a ser mejores personas. Olvídense de horóscopos y destinos, valoren su libertad, que es lo que les hace humanos.

 

 
 
 
 
 
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